La inverosímil hipótesis del fiscal Taiano

Aleardo Laría.

El fiscal federal Eduardo Taiano sostiene que el informático Diego Lagomarsino habría incurrido en un delito de participación necesaria en el supuesto homicidio del fiscal Nisman porque suministró a los autores el “arma amiga” que les permitió “simular un suicidio”. Si la hipótesis del fiscal se contrasta con las evidencias conocidas y recogidas en el sumario resulta poco convincente. Aplicando el más elemental sentido común, se puede afirmar que carece de verosimilitud.
Antes de entrar en el análisis de la particular situación de Diego Lagomarsino en la causa Nisman, conviene formular algunas precisiones. Los partidarios de la tesis de que Nisman fue asesinado por dos sicarios –según el novedoso aporte de la Gendarmería- deben superar varios obstáculos. El mayor obstáculo es sin duda el informe pericial del Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema que a partir de las microscópicas manchas de la sangre proyectadas en el baño ha dictaminado que en la muerte de Nisman no intervinieron terceros. Debe advertirse aquí que el dictamen de Gendarmería no anula el anterior y ambos informes compiten en igualdad de condiciones. El segundo gran obstáculo que tienen los partidarios de la tesis del magnicidio es demostrar el modo en que dos sujetos pudieron introducirse y luego salir sin dejar rastros en un departamento super vigilado, cerrado con llaves desde su interior, sin fracturarlo y sin que el fiscal lanzara ninguna voz de alarma. Esto, hasta ahora, es un agujero negro en la investigación.
El tercer problema de los partidarios del crimen es que toda la escena era la propia de un suicidio al punto que para superar este obstáculo, han tenido que lanzar la teoría de un “suicidio simulado”. Si se razona siguiendo la ley de Occam -que señala que generalmente la explicación más sencilla es probablemente la explicación correcta- cuando topamos con una escena de suicidio lo más probable es que estemos ante un suicidio. Para superar este inconveniente, el fiscal supone que los sicarios no solo tenían la misión de matar a Nisman sino además, debían simular un suicidio, una tarea bastante complicada de realizar eficazmente, sobre todo si pensamos que eligieron para operar un baño de reducidas dimensiones. Tan convincente habría sido la labor de disimular el crimen que hasta 16 expertos forenses de la Corte Suprema habrían resultado engañados. La tesis de la simulación del suicidio conduce, casi de modo natural, ha asignarle la responsabilidad última del magnicidio al gobierno de CFK, único actor que tendría interés aparente en disimular un asesinato bajo la forma de un suicidio, para eludir así las responsabilidades que seguramente le iban a ser asignadas.
El cuarto obstáculo que debe sortear la tesis del magnicidio es que Nisman pidió prestada el arma de la cual partió la bala que lo mató y por este motivo aparece comprometido el informático Diego Lagomarsino. Aquí conviene detenerse un momento y hacer un breve resumen de los pasos dados por Lagomarsino, luego que el sábado 17 de enero de 2015, después de las 16, recibiera dos llamadas del fiscal Nisman que le cambiaron la vida. Cuando devolvió esas llamadas, Nisman le pidió que se dirigiera urgentemente a la torre Le Parc. Lagomarsino llegó al domicilio de Nisman a las 17.18 y subió al piso 13 acompañado de un custodio. Allí, según su versión, el fiscal le preguntó si tenía un arma y al responder afirmativamente, el fiscal le dijo que la necesitaba para proteger a sus hijas. Está acreditado que Nisman había hecho, horas antes, un pedido similar a uno de sus custodios, de nombre Rubén Benítez. Lagomarsino volvió a su domicilio en busca del arma y regresó cerca de las 20 horas al edificio de Le Parc, le entregó el arma al fiscal envuelta en un paño verde, tomó una café que le ofreció Nisman y se retiró a las 20.30 para entrar en el domicilio en el que vivía a las 21 horas.
Todos estos movimientos que relata Lagomarsino están registrados en las cámaras del edificio Le Parc, de la autopista que recorrió con su vehículo y del edificio en el que residía, de modo que son datos incuestionables. Cuando el fiscal Taiano utiliza la expresión “arma amiga” está aceptando implícitamente el relato de Lagomarsino, señalando que el arma entró en forma amistosa por el pedido formulado por Nisman. Aquí cabe añadir que el fiscal Taiano no acusa a Lagomarsino de intervenir directamente en el hipotético asesinato porque la franja horaria en que estuvo Lagomarsino no se corresponde con la franja horaria en que se habría cometido el crimen. Está probado que Nisman había hablado con uno de sus custodios después que Lagomarsino abandonó Le Parc, había intercambiado chats con dos periodistas pasadas las 21 horas y hablado por teléfono con su madre cerca de medianoche. Es decir que no hay dudas de que Nisman estaba vivo cuando Lagomarsino dejó la torre Le Parc. Por otra parte, conviene retener el dato que según el nuevo relato de Gendarmería, el fiscal habría sido asesinado alrededor de las 2 de la mañana del domingo 18 de enero de 2015. Por consiguiente, entre la hora que se marchó Lagomarsino y la hora de la muerte de Nisman habrían transcurrido alrededor de 5 horas. Este dato es relevante porque, como argumentaremos a continuación, obliga al fiscal a hacer malabares para que su hipótesis encaje con los hechos.
El fiscal supone que Lagomarsino estaba complotado con los dos sicarios asesinos que según el relato de Gendarmería llevaron a cabo la siniestra misión. Para aceptar esta tesis hay que pensar que Lagomarsino se comunicó con ellos para darles la noticia que les permitiría simular luego la escena del suicidio y en ese breve lapso pusieron en marcha el operativo para penetrar en el domicilio del fiscal y asesinarlo. La forma por la que Lagomarsino pudo comunicarse con los sicarios es un dato que el fiscal no ha aclarado. Es de suponer que del teléfono de Lagomarsino no se ha podido extraer ningún dato relevante, por lo que ese misterio permanece sin develar.
Ahora bien, hagamos un ejercicio de imaginación y pongámonos en los zapatos de los sicarios que habían recibido el encargo de asesinar a un fiscal que estaba estrechamente custodiado. ¿Es verosímil suponer que estaban esperando que Nisman pidiera un arma para recién tomar la iniciativa de acudir a asesinarlo? ¿Es verosímil suponer que podían imaginar que Nisman iba a solicitar un arma? ¿Es verosímil suponer que una acción de tanto riesgo y complejidad estuviera supeditada a la posibilidad de contar con un “arma amiga”? ¿Era tan relevante para simular un suicidio que contaran con un “arma amiga”? ¿No era suficiente para simular un suicidio utilizar cualquier otra arma?
Generalmente los sicarios que van a operar sobre una persona muy custodiada, estudian el objetivo y eligen el momento que consideran más oportuno luego de ejercer una vigilancia que puede demandar muchos días. Entran portando sus propias armas, cometen el crimen y se marchan. Con esfuerzo y mucha imaginación se podría también suponer que si los sicarios seguían directivas o pertenecían a los servicios secretos del Gobierno, debían simular un suicidio para eludir las sospechas que inmediatamente se abatirían sobre ese gobierno. Pero lo que ya resulta más difícil de aceptar es que supeditaran semejante operativo a la presencia de un “arma amiga”, cuando para la simulación de un suicidio era un dato irrelevante que el arma sea “amiga” o “enemiga”.
El problema del fiscal Taiano es que tiene que lidiar con el hecho incómodo de que el fiscal Nisman solicitara el arma que provocó el disparo que puso fin a su vida. Se quiere resolver este obstáculo con la tesis del “arma amiga”. Es un problema similar al que se le presenta a muchos jueces que practican una “justicia intuitiva”, es decir que parten de una hipótesis y hacen luego malabarismo para que los hechos se acomoden a su hipótesis. La lógica criminalística opera de otro modo. Primero se verifican los hechos y a partir de los datos reunidos se trazan las hipótesis más verosímiles de acuerdo con los datos que ofrecen las experiencias reunidas del pasado.
En nuestra opinión, la hipótesis más verosímil en el caso Nisman es que, según las evidencias reunidas, el fiscal se suicidó, lo que descarta de plano la posibilidad de adjudicar a alguien la responsabilidad de su muerte. Pero aun aceptando, a modo de especulación dialéctica, que Nisman fuera asesinado, es muy difícil admitir que Lagomarsino estuviera implicado en el supuesto crimen. Fue el propio Lagomarsino el que al día siguiente de la muerte del fiscal se presentó ante la juez para informar que el arma utilizada era la suya. ¿Podría haber entregado esa información a los asesinos, para poner en riesgo su propia situación procesal? ¿Qué sentido tenía ofrecer el arma registrada a su nombre cuando no es nada complicado para gente de los servicios conseguir un arma no registrada en el mercado negro? ¿Tenía algún incentivo para facilitar la muerte del fiscal que era la persona de la que dependía su puesto de trabajo?
Desde el sentido común es muy difícil aceptar la hipótesis del fiscal Taiano, pero eso no impide que haya personas convencidas de que a Nisman lo mataron y que Lagomarsino algo ha tenido que ver. Desde la perspectiva de muchas de estas personas, quienes sostienen que Nisman se suicidó o que Lagomarsino es ajeno al hecho, son sólo kirchneristas fanáticos que están condicionados por sus estrechas coordenadas ideológicas. Sin embargo, en una sociedad democrática, donde los hechos políticos están sujetos a controversia, debemos aceptar que también hay ciudadanos independientes que aplican su propio criterio y aspiran a que en las investigaciones criminales los jueces actúen con imparcialidad y objetividad. También se debe aceptar, sin acritud, que haya ciudadanos que se sienten horrorizados ante la sola perspectiva que un inocente vaya a prisión por la acción concertada de quienes por mero interés político buscan convertir un suicidio en un magnicidio.