Las falacias del presidente Macri

Aleardo Laría.

En la antológica conferencia de prensa celebrada el día posterior a las elecciones primarias, el presidente Mauricio Macri, acompañado por el candidato a vicepresidente Miguel A. Picchetto, ofreció un verdadero recital de falacias. El tono desabrido y las muestras de enfado con una realidad electoral adversa, permitieron que aflorara la verdadera personalidad del presidente. Unos rasgos que un conocido periodista calificó de “hibris”, un concepto griego que puede traducirse como desmesura en referencia al deber de los humanos de conocer sus propios límites, saber que no son dioses y conservar el sentido de la realidad.

En primer lugar la estética del acto portaba en su formato la falacia de una ambigüedad buscada. El presidente de la Nación utilizó un salón de la Casa Rosada en vez de un local partidario para dar una conferencia de claro tono partidario. Además no estaba acompañado por su vicepresidente en ejercicio sino por el candidato a vicepresidente de su partido o coalición electoral. De modo que Macri puso una vez más de relieve su ignorancia del rol institucional que le cabe como Jefe del Estado de todos los argentinos. A su lado, un “profesional” de la política, -un eufemismo que se ha puesto de moda para eludir el uso de la palabra “tránsfuga”- parecía que tampoco había advertido el detalle pese a su proclamado amor por la institucionalidad.

Desde lo conceptual, el presidente expresó básicamente tres ideas: 1) Que la corrida cambiaria era una respuesta de los mercados y el mundo al triunfo electoral del Frente de Todos –reducido a simple “kirchnerismo” según el guión duranbarbista- ; 2) que dado que era una alternativa que no tenía credibilidad ni confianza debía hacerse una autocrítica; y 3) que «si el “kirchnerismo” ganaba, esto era solo una muestra de lo que podía pasar. Según el tono apocalíptico adoptado por el presidente, “es tremendo lo que puede pasar, no podemos volver al pasado porque el mundo ve el fin de la Argentina». Algunos analistas relacionaron ese tono con el hecho que el Banco Central no hubiera intervenido al superar el techo de la banda cambiaria acordada con el FMI para considerar que ambas circunstancias estaban relacionadas.

La primer falacia del razonamiento presidencial es la hipóstasis del mercado, es decir otorgar a lo que es una cierta forma de organización de la sociedad las características y dotes de una persona dotada de voluntad y racionalidad. Aunque en ocasiones se utiliza la expresión “pánico de los mercados” para describir lo que se ha denominado “fuga hacia la calidad”, lo cierto es que estamos ante meras metáforas que tratan aprehender una realidad compleja. El gobierno de Macri, al desmontar las barreras y controles que se habían establecido en el gobierno anterior, ha aceptado la libre circulación de capitales y por lo tanto ha permitido que los capitales financieros entren y salgan con plena libertad. Por otra parte, al establecer elevadísimas tasas de interés, ha atraído básicamente a los especuladores financieros, que son conscientes que los elevados rendimientos financieros tienen como contrapartida un elevado riesgo cambiario, de modo que son sensibles a cualquier “ruido” que anticipe un eventual cambio en las reglas de juego. Esta situación de inestabilidad financiera es producto directo de las decisiones macroeconómicas adoptadas por el gobierno de Mari, de modo que es falso proyectar la responsabilidad sobre otros.

La segunda falacia consiste en aferrarse al “pensamiento único” que afirma que no existe alternativa –“There is no alternative”- y que solo hay un modo de dirigir la economía. Si esto fuera cierto, la democracia, tal como la concebimos actualmente, debería clausurarse. ¿Qué sentido tiene ir a las elecciones si luego los dirigentes electos deberían aplicar el libreto escrito por los mercados? En realidad, como señala agudamente el teórico político Yaron Ezrahi, “los poderes más arbitrarios de la historia siempre se escondieron bajo la pretensión de alguna lógica impersonal: Dios, las leyes de la naturaleza las leyes del mercado (…) Lo mismo está ocurriendo ahora con la mundialización. Muchos la ven como una máscara utilizada por ciertas élites para arrebatar la voz de los ciudadanos”. La falacia consistente en pensar de que “gobierne quien gobierne” las decisiones verdaderamente importantes serán tomadas siempre en la misma dirección.

Otra falacia juega con la permanente deslegitimación moral del adversario. Una estrategia que implícitamente busca sacarlo de la carrera electoral y evitar la alternancia, reiterando la estrategia utilizada con Lula en Brasil. En el caso de Argentina estamos ante algo más grave que la mera judialización de la política, es decir permitir que los conflictos políticos los resuelvan los jueces. Estamos ante una deliberada labor de armado de causas judiciales con la incorporación de pruebas judiciales falsas para conseguir el encarcelamiento prematuro de los opositores. Es un fenómeno que no registra antecedentes en la Argentina, porque es una estrategia compleja urdida desde los servicios de inteligencia del Estado y se ve acompañada por “comandos civiles” que operan infiltrados en los tribunales de justicia y cuenta con el apoyo estratégico de periodistas que colaboran desde su inserción en importantes medios de comunicación. Lo paradójico de esta situación es que los creadores de este relato han quedado tan atrapados por sus propias creaciones que luego no han podido aceptar el hecho cierto de que los ciudadanos despreciaran esa narrativa y eligieran pragmáticamente por lo que les indicaba el bolsillo. El indisimulable enfado de Macri con los resultados de las PASO, su dificultad para aceptarlos, es una muestra elocuente de lo que decimos.

Aunque el presidente Macri parece no haberse dado cuenta, la Argentina enfrenta una nueva crisis institucional de corte similar a las que provocó la salida prematura de los presidentes Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. No hay que buscar responsables cuando la reiteración de estos episodios demuestra que tenemos un problema estructural generado por el diseño institucional del sistema presidencialista argentino. En el sistema presidencialista el mandato del presidente es rígido: cuatro años. De modo que aunque llueve o truene, el presidente se cree amparado por una norma que le garantiza cuatro años de estadía en el poder. Sin embargo, en la dinámica de las democracias modernas, la legitimidad de origen de un presidente se puede ver erosionada por la falta de legitimidad en el ejercicio, cuando se comenten errores muy graves en la implementación de las políticas que llevan a un clima de insubordinación ciudadana.

Acabamos de tener una suerte de plebiscito que ha dado legitimidad política a un nuevo presidente. El problema es que el anterior no se ha enterado. Nos esperan cuatro meses de turbulencias y el piloto, lejos de la serenidad que requiere la situación, parece enfadado con la tormenta eléctrica que se abate sobre el avión. En este contexto, se hace difícil imaginar que se alcanzará el aterrizaje ordenado al que, como es lógico pensar, aspiran todos los pasajeros.