Un error de Alberto Fernández

Aleardo Laría.

La palabra “expropiación” está estrechamente vinculada, en el inconsciente colectivo de los ciudadanos de América Latina, al histrionismo del ex presidente de Venezuela Hugo Chávez. Por consiguiente se asocia con la arbitrariedad, la falta de respeto al Estado de derecho y el mesianismo político. Por el contrario, la palabra “rescate” viene asociada a esas gestas heroicas popularizadas por el cine de Hollywood, donde los protagonistas arriesgan su vida para salvar la vida de inocentes. Es una pena que Alberto Fernández no hubiera utilizado la palabra rescate en lugar de la palabra expropiación en la conferencia de prensa en la que anunció el deseo del gobierno de intervenir en el problema provocado por la empresa  Vicentín al presentarse en concurso preventivo de acreedores. Por muchos motivos podemos contabilizarlo como el primer error político cometido por el presidente Alberto Fernández.

  Ha sido el filósofo y lingüista austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951) quien ha utilizado la expresión juegos del lenguaje para referirse a los múltiples usos que adquiere la lengua en la actividad cotidiana de los seres humanos. Wittgenstein define al lenguaje con la metáfora de una vieja ciudad, “con una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes”. Añade que entre el lenguaje y los juegos existe un rasgo común: ambos son producto de una actividad social. Mediante el lenguaje y los juegos, los hombres se interrelacionan en un mismo espacio comunitario. Como todo juego, el lenguaje debe estar sujeto a reglas, pero siempre está expuesto a cierta vaguedad en las reglas dado que no es un juego perfecto. Existen, probablemente, reglas estrictas y claras en la estructura lógica que está en el trasfondo del entendimiento pero, en sus usos, el lenguaje está contaminado y existe una inclinación a generar malentendidos. “Pronunciar una palabras –decía Wittgenstein- es como tocar una tecla en el piano de la imaginación”. El sonido reverbera y no todos los oyentes asignan el mismo significado a lo dicho.

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De modo que si Alberto Fernández quería hacer de la moderación un signo de distinción de su gobierno, el uso de la palabra expropiación se da de bruces con ese propósito. Por otra parte, dada las características de su gobierno de coalición, en donde participan distintas sensibilidades políticas, un escoramiento excesivo hacia políticas heterodoxas puede traerle problemas con los sectores pragmáticos del peronismo que no son muy partidarios de lanzarse a aventuras arriesgadas. Son tantas las tareas ciclópeas que están pendientes de realizar en la Argentina -y que después de la pandemia demandarán fuertes consensos- como la reforma de la Justicia, reforma del Estado, combate contra la pobreza, reforma impositiva, etc. que resulta un tanto incomprensible la decisión de cavar una trinchera alrededor de la suerte de una empresa. Finalmente, cabe añadir que los sectores más intransigentes de Cambiemos, angustiados por las últimas investigaciones sobre las redes de espionaje de la AFI de Macri, deben haber recibido con inocultable alegría una noticia que alimenta el relato de un presidente condicionado por la forma de su designación.    

 

No está todavía suficientemente clara cuál será la estrategia que definitivamente se elija por el gobierno para abordar el problema creado por el concurso de Vicentín. Pero es evidente que jurídicamente no es lo mismo expropiar la empresa que acudir en su rescate. Mientras la expropiación se presenta como una opción hostil a la propiedad y la estabilidad jurídica, en la práctica supone emprender un largo y complejo camino cuyos resultados son inciertos. Basta recordar lo que aconteció con la expropiación de  YPF tras la optimista declaración del entonces ministro Axel Kicillof cuando anunció que Repsol tendría que indemnizar a la Argentina por el daño ambiental causado. Todavía no se han terminado de pagar todas las indemnizaciones derivadas de aquel acto, y resulta aterranquietante pensar lo que aún resta pagar como consecuencia de la demanda impulsada por el grupo Bulford que tramita actualmente en los juzgados de Nueva york.

 

La estrategia del rescate parece a primera vista más indicada para conseguir todos los objetivos con los que se quiere justificar la expropiación. La ley de concursos y quiebras permite que el Banco Nación, en su calidad de máximo acreedor, puede integrar el comité de control de la empresa  y en el período de exclusividad se pueden formular propuestas para obtener la conformidad de los acreedores. Las propuestas pueden consistir, según la ley, en la entrega de bienes a los acreedores; constitución de sociedad con los acreedores quirografarios, en la que éstos tengan calidad de socios; reorganización de la sociedad deudora; administración de todos o parte de los bienes en interés de los acreedores; emisión de obligaciones negociables o debentures; emisión de bonos convertibles en acciones; constitución de garantías sobre bienes de terceros; cesión de acciones de otras sociedades; capitalización de créditos, inclusive de acreedores laborales, en acciones o en un programa de propiedad participada, o en cualquier otro acuerdo que se obtenga con conformidad suficiente dentro de cada categoría, y en relación con el total de los acreedores a los cuales se les formulará propuesta (art. 43 Ley de Concursos y Quiebras).

 

Una regla elemental de prudencia de todo gobierno, es elegir siempre la opción menos complicada y que menos costos políticos ofrece. Todas las opciones disponibles deben ser analizadas por expertos y sopesadas políticamente para evitar marchas y contramarchas. Y las decisiones que se adoptan deben ser asumidas como propias y no actuando por delegación. Una iniciativa del gobierno no puede ser adjudicada a una senadora sin causar una penosa impresión. Como todavía queda un largo recorrido, es posible confiar en que el tema se reconduzca por un sendero razonable y estos errores queden en el olvido. El más interesado en salir de ese camino pantanoso debiera ser el propio presidente Alberto Fernández.