LA DIGNIDAD DE MARTÍN GUZMÁN

Aleardo Laría.

Según la opinión de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la renuncia del ministro de Economía Martín Guzmán no solo fue “un acto de irresponsabilidad política” sino que también “fue un acto de desestabilización en cierta manera, institucional” al darla a conocer por tuit sin tener en cuenta “el mundo cómo está, el país cómo está, el dólar cómo está”. Resulta sorprendente que luego de las inocultables presiones efectuadas a lo largo de estos casi dos años para provocar la renuncia del ministro de Economía, la vicepresidenta se sienta agraviada por haber conseguido el ansiado objetivo. Como señalaba La Rochefoucauld, “la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Lo cierto es que el ministro reveló tener la paciencia de un monje tibetano durante todo este tiempo, y finalmente, ante la procrastinación del presidente frente a sus reiterados pedidos, optó por el digno camino de la renuncia.

Digamos, en primer lugar, que el supuesto agravio a la investidura presidencial carece de tal envergadura si se lo compara con la renuncia de Eduardo “Wado” de Pedro y otros ministros, secretarios y altos funcionarios comunicada por WhatsApp el 15 de septiembre de 2021, luego de la derrota del Frente de Todos en las elecciones legislativas, a instancias de la propia vicepresidenta. Ocasión en que, todo hay que decirlo, el mundo, el país y el dólar no estaban en situación demasiado diferente a la actual. Por otro lado, casualmente, se han conocido en estos días los intercambios entre CFK y el presidente Alberto Fernández en ocasión del intento frustrado de Martín Guzmán de desprenderse del subsecretario de Energía Federico Basualdo que se resistía a cumplir las instrucciones recibidas para diseñar un esquema de segmentación de las tarifas de luz. En la ocasión, la vicepresidenta manifestó: “¿Quién se  cree que es Guzmán para echar a uno de los nuestros? ¿Quién se piensa que   es este pelotudo? Guzmán es mi enemigo, decíselo. Y avisale que estoy dispuesta a decirlo públicamente. Lo voy a hacer mierda”. Diálogo privado que es inevitable recoger, porque es revelador de las presiones a las que se vio sometido el ministro de Economía desde el 30 de abril de 2021. En la ocasión, para salvar el diferendo, el presidente Alberto Fernández prefirió postergar por un tiempo la renuncia del funcionario comprometiéndose a reclamarla  más adelante.  De modo que si la renuncia de Guzmán se produjo por la negativa del presidente a cumplir con el compromiso adquirido, digamos que de intempestiva no tuvo nada, dado que el ministro aguantó el tipo durante más de 14 meses.

Los cargos levantados por la vicepresidenta contra el ministro de Economía a lo largo de este tiempo han sido insustanciales. En primer lugar se lo culpó de los malos resultados electorales del Frente de Todos en las elecciones de medio término, en una interpretación un tanto burda de un hecho complejo, como si los votantes reaccionaran mecánicamente a los esfuerzos por construir una senda que conduzca al equilibrio presupuestario. Aquí reside una de las mayores contradicciones del pensamiento económico de la vicepresidenta, que se resiste a entender que si bien la inflación es multicausal, cuando se diseña una política antiinflacionaria las opciones no son muchas, y todas comienzan por ordenar las cuentas públicas. No existe ningún ejemplo en el mundo de lucha contra la inflación que no haya pasado por un fuerte compromiso de los gobiernos por alcanzar un equilibrio presupuestario en un tiempo más o menos razonable.

Por otro lado se lo ha culpado a Guzmán de haber llegado a un acuerdo con el FMI aunque esto nunca se dice en voz alta, porque todo el mundo es consciente que no existía ninguna alternativa realista que habría permitido sortear  el acuerdo con el FMI. Se lo ha acusado también de “haber ocultado” que el acuerdo con el FMI exigía llegar a un nuevo acuerdo de facilidades extendidas, acusación absurda puesto que cualquier persona que conozca el funcionamiento del FMI sabe que esa es una exigencia que está incorporada en los reglamentos del FMI, de modo que resulta extraño acusar a alguien de ocultar lo que aparece en la página web del organismo.

El problema más grave que tiene en estos momentos la Argentina es su elevada inflación y el ministro Guzmán ha demostrado una extraordinaria sensibilidad para conseguir afrontar el fenómeno tratando de causar el menor daño social. La ardua negociación con el FMI se ha realizado bajo esos presupuestos. Como la nueva ministra de Economía Silvina Batakis parece sustentar la misma opinión que Guzmán, en el sentido de que el déficit fiscal cubierto con emisión es una de las usinas inflacionarias y que hay que segmentar las tarifas para  subvencionar solo a las familias carenciadas,  no parece que la salida del ministro Guzmán vaya a alterar las políticas antiinflacionarias diseñadas con el FMI.

Si la salida de Guzmán ha provocado cierta conmoción es porque el denominado “círculo rojo” la ha interpretado como una muestra de claudicación del presidente Alberto Fernández frente a los requerimientos de la vicepresidenta. Si con la designación de Batakis se calmaron esas preocupaciones, es evidente que el conflicto entre los que buscan políticas macroeconómicas racionales  y los que atienden solo a los requerimientos electorales –aunque de modo equivocado- sigue abierto. El nuevo “relato” de que el problema de Argentina es la “economía bimonetaria” es una forma engañosa de evadir el problema de la inflación. La economía bimonetaria es una consecuencia de la desconfianza en la moneda nacional por el elevado nivel de inflación y no a la inversa. Es difícil ponerse de acuerdo políticamente cuando se quiere negar la ley de la gravedad.