Debates frente al combate

Aleardo Laría.

La conferencia del profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago John Mearsheimer sobre Ucrania (Why is Ukraine the West´s Fault?) (1), emitida por You Tube en el año 2015, registra ya más de 22 millones de visitas. Sus pronósticos acerca de la respuesta que podría dar Rusia sobre los intentos de expandir la OTAN hacia Ucrania se han revelado certeros. En un reciente artículo publicado el pasado 19 de marzo en The Economist (2) insiste en atribuir a Occidente la principal responsabilidad por la crisis de Ucrania por “la expansión temeraria de la OTAN”. Si bien considera que Vladimir Putin inició la guerra, y por consiguiente es responsable de la forma en que se está librando, estima que el tema de los motivos que lo impulsaron es un asunto diferente. “La opinión dominante en Occidente es que él es un agresor irracional y fuera de contacto empeñado en crear una Rusia más grande en el molde de la antigua Unión Soviética. Por lo tanto, solo él tiene toda la responsabilidad por la crisis de Ucrania”. Sin embargo, afirma, “el problema con Ucrania en realidad comenzó en la cumbre de Bucarest de la OTAN en abril de 2008, cuando la administración de George W. Bush presionó a la alianza para que anunciara que Ucrania y Georgia se convertirían en futuros  miembros”. Añade que los líderes rusos respondieron de inmediato con indignación, caracterizando esta decisión como una amenaza existencial para Rusia. Sin embargo, Estados Unidos ignoró la línea roja trazada por Moscú y siguió adelante para convertir a Ucrania en un baluarte occidental en la frontera con Rusia. Termina señalando que “a  estas alturas es imposible saber los términos en que se dirimirá este conflicto. Pero, si no entendemos su causa profunda, no podremos acabar con ella antes de que Ucrania se destruya y la OTAN termine en guerra con Rusia”.

 Las tesis del profesor Mearsheimer, vinculadas a las teorías de la escuela del neorrealismo norteamericano en las relaciones internacionales, han dado lugar a encendidos debates que también atraviesan a la izquierda mundial. De modo que los argumentos que se cruzan en este debate, que abarcan cuestiones de política internacional pero también temas éticos y filosóficos sobre la guerra,  tienen indudable actualidad y justifican una somera aproximación dentro del estrecho marco de una nota periodística.

 

La escuela norteamericana del neorrealismo

El profesor John Mearsheimer alcanzó cierta fama cuando publicó en el año 2007, junto con su colega Stephen Walt, un difundido ensayo bajo el título El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos (Ed. Taurus). En el libro se argumenta que el lobby y los neoconservadores dentro de él, “fue la principal fuerza motriz tras la decisión de la administración de Bush de invadir Irak en 2003”. Critican que muchas de las decisiones que Estados Unidos ha tomado en su política exterior han sido en beneficio de Israel y que la combinación del extremadamente generoso apoyo a Israel y la prolongada ocupación israelí de territorio palestino ha avivado el antiamericanismo en todo el mundo. Por consiguiente, sostienen, “es hora de tratar a Israel como un país normal y de condicionar la ayuda estadounidenses al fin de la ocupación y a la disposición de Israel a conformar sus políticas a los intereses de Estados Unidos”. La manera desenfadada de abordar un tema tabú –con el riesgo de ser caracterizados automáticamente como “antisemitas”- es una invitación a indagar en los presupuestos teóricos de la escuela realista norteamericana, cuyas bases doctrinales fueron establecidas a mediados del siglo XX por las obras de Hans J. Morgenthau, en especial sus libros Politics among Nations (1948) y In Défense of National Interest (1951).

La teoría realista en las relaciones internacionales de Morgenthau se basa en tres premisas: 1) La naturaleza inevitablemente conflictiva de las relaciones internaciones; 2) el Estado como protagonista central y 3) la inestabilidad del equilibrio alcanzado en las relaciones internacionales. Considera que “el deseo de poder, del que participan muchas naciones, cada una procurando mantener o destruir el statu quo, conduce por necesidad a la configuración de lo que se ha llamado el equilibrio del poder”. Ese equilibrio es siempre consecuencia de la acción exterior de los estados, y el interés nacional defendido por los estados permite entender su accionar como propio de un actor racional. Como la sociedad internacional se basa en  la multiplicidad de unidades y existe un antagonismo permanente entre ellas, la consecuencia es la naturaleza conflictiva de las relaciones internacionales. Al presentar las relaciones internacionales en términos antagónicos, considera que “no puede existir orden político estable, no  puede existir paz permanente, no puede existir orden legal viable” dado que en un sistemas de estados soberanos, no contamos con un poder centralizado similar al que guarda la paz y el orden dentro del territorio de cada estado. De este modo retoma la doctrina de Hobbes cuando sostenía que sin Estado las sociedades nacionales estaban condenadas a la guerra de cada hombre con cada hombre.  Ahora bien, Morgenthau, dentro de su pesimismo antropológico, consideraba que el Estado era un producto de la historia y no descartaba que con el paso del tiempo se pudieran conformar otras formas de organización política: “Mientras la relación de la política con el interés es perenne, la conexión entre interés y Estado nacional es un producto histórico”. De allí que desde una perspectiva normativa considerara que debía prepararse el terreno para conseguir un orden internacional radicalmente distinto al que regía en su tiempo.

En la actualidad, los expertos en relaciones internacionales que más interés despiertan en las universidades norteamericanas son los integrantes de la denominada escuela neorrealista. Junto con los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt, debe mencionarse a  Kenneth Waltz con su Teoría de la Política Internacional, obra en la que  retoma el modelo  de equilibrio del poder que Morgenthau elaboró en plena guerra fría. El neorrealismo toma muchos elementos de la teoría de los sistemas y los une con algunas partes del realismo clásico para encontrar aquellos resultados no intencionales producidos por las interacciones entre los estados. Busca establecer la regularidad de la política internacional, atribuible a causas estructurales de orden sistémico, donde los estados no buscan maximizar  el dominio, sino la seguridad. Como singularidad que puede explicar algunas de las decisiones de Putin, señalan que los estados no solo reaccionan ante las amenazas sino también ante las oportunidades, pensando que si no se aprovecha una oportunidad, el futuro deparará una amenaza más grave.

Comprender no supone justificar

La circunstancia de que para el realismo el análisis de los comportamientos de los actores internacionales  debe quedar exento de toda valoración ética que contamine la investigación la convierte en una doctrina de difícil comprensión para el ciudadano común. La guerra es un acontecimiento extraordinariamente violento, donde se procura provocar la máxima destrucción del enemigo para forzar su voluntad y obligarle a aceptar las condiciones que ponen fin al conflicto. Si bien las leyes de la guerra de Ginebra han intentado reducir el efecto sobre los civiles no combatientes, en la realidad la escala de destrucción es tan grande que las necesidades operativas predominan sobre cualquier otro tipo de consideración. Esto ha sucedido en todas las guerras mundiales y también en las libradas por Estados Unidos en Vietnam –lanzando napalm sobre aldeas y sembrados- en Irak y en Afganistán. De modo que lo que los medios de comunicación occidental ofrecen hoy en Ucrania como pruebas de los “crímenes de guerra” de Putin son escenas calcadas de las que ya han soportado otras poblaciones del planeta (y que han llevado a EEUU a no aceptar la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional). Por otra parte, si desde una perspectiva ética y jurídica resulta imposible ponerse del lado del invasor, debe añadirse el hecho comprobado que los resultados de las guerras son siempre imprevisibles y que recién se pueden apreciar todas sus consecuencias pasados algunos años, por lo que ni siquiera está garantizado el cumplimiento del fin que supuestamente las ha motivado. Esto ha llevado a Eric Levitz en el New York Magazine a fijar la siguiente posición en el  debate abierto en la izquierda: “Argumentar que la invasión de Ucrania por parte de Putin era una respuesta previsible a las decisiones políticas estadounidenses no significa que fuera una respuesta justificada a esas decisiones. Demasiado a menudo estos últimos días, las personas que intentan formular el primer argumento se han visto denunciadas por enunciar el segundo… La invasión de Ucrania por parte de Putin fue una elección libre. Y sea cual fuere el papel que desempeñara la política estadounidense para determinar la decisión de Putin, no le forzó a ello. Los críticos de la expansión de la OTAN harían bien en insistir en este punto, ya que hacer lo contrario sólo consigue que su análisis causal sea más fácil de estigmatizar”.

Adam Tooze (3),  profesor de historia y director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia quiere llevar la crítica a las tesis del neorrealismo de Mearsheimer un poco más lejos. Sostiene que Mearsheimer se niega a ver la agresión de Putin como algo más que el comportamiento de una gran potencia que ha sido empujada contra la pared y que se defiende preventivamente. Según esa teoría, las grandes potencias velan por su seguridad a través de esferas de interés. “Si es necesario, esas zonas se defienden por la fuerza, y cualquiera que no reconozca y respete esto no comprende la violenta lógica de las relaciones internacionales”.  Tooze argumenta que “la moral y la legalidad son una de las razones para oponerse a la guerra. La otra es simplemente que, al menos en el último siglo, muestra un pobre historial en sus resultados. Aparte de las guerras de liberación nacional, es difícil nombrar una sola guerra de agresión desde 1914 que haya dado resultados claramente positivos para el primero en tomar la iniciativa. Un realismo que no reconozca este hecho y las consecuencias que han extraído de ello la mayoría de los responsables políticos no merece ese nombre. Eso no significa que no vayan a producirse guerras. Pero postular el futuro como una repetición interminable del militarismo exagerado de 1914 supone negar cualquier capacidad de aprendizaje colectivo”.

Stanley Hoffman escribía unas palabras que pueden aplicarse al debate abierto actualmente en la izquierda: “(…) en las ciencias sociales la intención de separar hechos y valores nunca puede ser llevada a cabo en su totalidad y la teoría empírica nunca puede ser completamente separada de las preocupaciones normativas”. Sin embargo, el riesgo es que llevados por el rechazo emocional a las guerras no atinemos luego a asignar correctamente las responsabilidades. Tal vez, si abordamos este dilema desde la epistemología de la complejidad, podamos eludir caer en el reduccionismo de la lógica binaria que nos obliga a decidir entre el blanco y el negro. Como señala Daniel Innerarity en Una teoría de la democracia compleja, “un sistema es complejo cuando no se puede describir completamente el número de sus elementos, su pluralidad, entrelazamientos e interdependencias”. Por consiguiente, afirma, para dar espacio a la complejidad es necesario multiplicar los puntos de vista y desarrollar una “aproximación policéntrica”. Las tesis del neorrealismo expuestas por Mearsheimer nos permiten acceder al conocimiento de la lógica oculta que mueve a las grandes potencias que muchas veces permanece invisibilizada por el aparato de comunicación occidental que acude a los estereotipos de Hollywood para presentar situaciones complejas. Mearsheimer de algún modo emula a Maquiavelo, el primer realista, que al describir los usos del poder, reveló al pueblo llano los arcana imperii. Si queremos reflexionar sobre los acontecimientos observándolos en sus totalidad para recoger estas experiencias y habilitar propuestas superadores que eviten repetir nefandos errores, es necesario contar con el aporte de quienes iluminan los comportamientos turbios basados en la lógica del poder. No deberíamos olvidar que la pregunta que Albert Einstein le formulara a Sigmund Freud en el año  1932 sigue vigente: “¿Hay alguna manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?” 

(1)https://www.youtube.com/watch?v=JrMiSQAGOS4

(2)https://www.economist.com/by-invitation/2022/03/11/john-mearsheimer-on-why-the-west-is-principally-responsible-for-the-ukrainian-crisis

(3)https://sinpermiso.info/textos/es-ucrania-culpa-de-occidente-sobre-las-grandes-potencias-y-el-realismo