Nuevas guerras, viejos crímenes

Aleardo Laría.

Si atendemos a las motivaciones de la segunda guerra contra Irak librada por Estados Unidos (2003-2011), la más relevante ha sido la de brindar seguridad a Israel. El general Wesley Clark, ex comandante en jefe de la OTAN y ex candidato presidencial, manifestó en agosto de 2002: “Los  que apoyan el ataque ahora dirán con gesto inocente, y en privado, que probablemente sea cierto que Sadam Hussein no representa una amenaza para Estados Unidos. Pero temen que, si cuenta con armamento nuclear, en algún momento decida utilizarlo contra Israel”. Esta tesis ha sido defendida con numerosos y convincentes argumentos por los académicos norteamericanos John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt en su difundida obra El lobby israelí (Ed. Taurus, 2007). Mearsheimer ocupa la cátedra de Ciencia Política en la Universidad de Chicago y Walt la de Asuntos Internacionales en la Universidad de Harvard. Ambos catedráticos sostienen que “las personas y grupos que presionaron en favor de la guerra creían que esta beneficiaría tanto a Israel como a Estados Unidos y, desde luego no previeron el desastre en que posteriormente se ha convertido”. Consideran que son múltiples las evidencias que prueban el papel que el lobby israelí, acompañado de los neoconservadores, tuvieron en la decisión de invadir Irak. Las mismas motivaciones son las que están detrás de la nueva guerra que Israel está a punto de lanzar contra la República de Irán y que busca destruir la infraestructura que le permitiría a este país contar con el material nuclear necesario para hacerse con varias bombas atómicas. La diferencia es que en esta ocasión Estados Unidos prestará la ayuda tecnológica y militar pero los soldados que morirán en el frente de batalla serán israelíes, no norteamericanos.

Consecuencias de la guerra

Analizada desde la perspectiva de la seguridad de Israel, la guerra de Irak fue un éxito para el Estado sionista, dado que se libró del enemigo con más poder de fuego en ese momento. Para los Estados Unidos fue un desastre, dado que significó la pérdida de 4.500 soldados y 32.000 heridos. Los costos económicos han sido evaluados en 3 billones de dólares, pero sin duda, el mayor costo ha sido para Estados Unidos en términos de pérdida de prestigio dado que inició una guerra en base a falsedades –“las armas de destrucción masiva de Sadam”- y sus fuerzas armadas terminaron envueltas en numerosos episodios de tortura. Ahora bien, sin duda, como acontece en todas las guerras, la parte más perjudicada ha sido la población de Irak que aún sufre las privaciones causadas por aquel conflicto. Según la página de WikiLeaks sobre Registros de la Guerra de Irak, basados en casi 400.000 documentos del Departamento de Defensa de EE. UU., entre el 1 de enero de 2004 y el 31 de diciembre de 2009 la cifra de muertos confirmados en Irak ha sido de 109.000 de los que 66.000 fueron civiles. En los nueve años de guerra y ocupación 1.600.000 iraquíes fueron desplazados de sus hogares y en la actualidad los ciudadanos de Irak todavía tienen que vivir sufriendo la escasez de electricidad y la insuficiencia de los servicios de agua potable y cloacas.

Los castigos colectivos 

Han sido varias las guerras libradas por Israel contra Líbano. En 1982, las tropas israelíes invadieron por primera vez este país para expulsar a la Organización de Liberación de Palestina (OLP), pero aquella invasión propició el nacimiento de Hezbolá que  forzó el repliegue israelí en el año 2000. Pocos años después, en el 2006, Israel lanzó una breve guerra contra Líbano como respuesta de una incursión de Hezbolá a través de la frontera, que había matado y capturado a varios soldados israelíes. En respuesta, las Fuerzas Armadas Israelíes lanzaron una gran ofensiva aérea en Líbano que mató a más de 1.100 libanes, la mayoría civiles y de los cuales un tercio eran niños. También, a modo de castigo colectivo, se dañaron considerablemente las infraestructuras libanesas, destruyendo carreteras, puentes, estaciones de servicios, fábricas, depósitos de aguas, edificios residenciales y supermercados. A pesar del fuerte respaldo de Estados Unidos, Israel fracasó en sus objetivos militares y políticos y Hezbolá salió de la guerra fortalecido por haber podido contener al ejército israelí. Por otro lado, la estrategia de castigos colectivos, similar a la que se está llevando a cabo actualmente en Gaza, persigue el propósito de aterrorizar a la población civil con la idea de que romperán vínculos con las organizaciones consideradas por Israel “terroristas”. Las leyes de la guerra consideran que constituyen crímenes de guerra los castigos colectivos infligidos a la población y es dudoso saber si el resultado final va a traducirse en una disminución o en un aumento de los grupos insurgentes teniendo en cuenta el dolor y la rabia que generan acciones vengativas que matan indiscriminadamente a niños y mujeres.  

Las guerras por la seguridad de Israel 

En el reciente discurso que pronunció ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, mostró dos mapas con los países del Medio Oriente, uno titulado “la bendición” (the blessing) y el otro “la maldición” (the curse). En “la maldición” mostraba a Siria, Irak e Irán en negro y en el segundo mapa de “la bendición”, mostraba a Israel, Arabia Saudí, Egipto y Sudán en verde y una flecha roja de doble sentido que los atravesaba, para indicar la conexión de Medio Oriente con Europa. Lo notable, destacado por el columnista del New York Time, Tomás Friedman, es que Israel aparecía sin las fronteras con Gaza y Cisjordania, como si ya se hubiera producido la anexión de esos territorios. Esa presentación de Netanyahu es sugestiva por partida doble. En primer lugar, porque revela la visión religiosa que impregna el discurso del ministro ultraderechista de Israel, aliado con los sectores ultraortodoxos de Israel. Por otro lado, señala el verdadero problema que está detrás de todos los conflictos de Medio Oriente desde la instalación del Estado de Israel en 1948: la inequívoca posición de histórica de los grupos sionistas por hacerse con el control total de lo que se denomina el Gran Israel, es decir la desaparición de la posibilidad de que los palestinos tengan un Estado como lo estableció la resolución de Naciones Unidas que dispuso la partición de esos territorios. Esto explica también el fracaso de los Acuerdos de Oslo y la dificultad para alcanzar una solución política duradera a los conflictos de Medio Oriente. La dificultad de Netanyahu y la derecha israelí es que quieren seguridad al tiempo que aspiran a hacerse con el control total de la Palestina histórica, dos objetivos contradictorios, imposibles de alcanzar al mismo tiempo.

La fatal arrogancia de Israel 

La arquitectura institucional de Naciones Unidas, creada después de la II Guerra Mundial, aspiraba a establecer un sistema para la resolución pacífica de las controversias entre los Estados. Ese sistema es incompatible con la existencia de un hegemón, es decir un Estado que actúe como una suerte de sheriff  del orden internacional porque se supone que ese orden debe estar basado en la solución pacífica de los conflictos contemplando todos los intereses en juego. No es el caso que se produce en la actualidad con unos Estados Unidos que ofrecen cobertura total a Israel y su propósito inocultable de expulsar a los palestinos de los territorios de Gaza y Cisjordania. Las sucesivas guerras en Medio Oriente, muestran el colapso del orden mundial posterior a la II Guerra Mundial.  Desde que comenzó la guerra en Gaza, Israel ha causado alrededor de 42.000 muertos entre los cuales hay que contabilizar más de 17.000 niños. Nadie ha sido capaz de detener el genocidio en esta región de Oriente Próximo. El secretario general de la ONU, António Guterres, en su reciente discurso en la sesión plenaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas denunció esta “era de impunidad por doquier ―en Oriente Próximo, en el corazón de Europa, en el Cuerno de África, y en otras partes―. El nivel de impunidad en el mundo es políticamente indefendible y moralmente intolerable”, declaró desolado.

Como señala el historiador y filósofo israelí Yuval Harari, la historia ha sido la búsqueda permanente de la “seguridad” lo que propició los militarismos y que la humanidad estuviera cada vez menos segura.  “Hace más de 2.000 años, Sun Tzu, Kautilya y Tucídides expusieron cómo en un mundo sin ley, la búsqueda de seguridad hace que todos estemos menos seguros. Y experiencias pasadas como la segunda guerra mundial y la guerra fría nos han enseñado repetidamente que en un conflicto global son los débiles los que sufren desproporcionadamente”. Como señalaba un historiador, la historia permite conocer el pasado pero no garantiza que todos extraigan enseñanzas de ese pasado. 

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