Aleardo Laría.
Los astrónomos son científicos que observan el espacio para obtener información sobre los planetas, las estrellas y otros cuerpos celestes. El descubrimiento de un nuevo planeta o estrella es motivo de honda satisfacción que se acrecienta cuando se tiene la posibilidad de otorgarle un nombre para identificarla y diferenciarla del resto. En el terreno de las ciencias políticas ocurre algo similar cuando un politólogo anuncia el descubrimiento de un nuevo fenómeno político al que se apresura a asignarle un nombre. En ocasiones, cuando el resto de la comunidad científica considera que las observaciones son pertinentes, esa denominación se consolida y pasa a formar parte del lenguaje habitual de los expertos. Estas consideraciones vienen a cuento de la publicación en castellano de un encomiable ensayo escrito por los profesores Christopher J. Bickerton y Carlo Invernizzi Accetti con el título de Tecnopopulismo (Katz Editores, 2024). Los autores definen el tecnopopulismo como “una lógica que organiza la competencia electoral combinando recursos del populismo y la tecnocracia en las prácticas discursiva y los modos de organización política”. El término tecnopopulimo ya había sido utilizado por algunos politólogos como Carlos de la Torre en un artículo publicado en Latin American Research Review (El tecnopopulismo de Correa, vol.48,Nº1). El debate que habilitan estos autores lleva inevitablemente a indagar si existen bases sólidas para argumentar que la presencia de algunos expertos en un gobierno de signo populista permite considerar que estamos ante un nuevo tipo de populismo. En el caso de Argentina, dado el protagonismo que ha alcanzado Federico Sturzenegger, si se puede considerar que es un traje que le cabe al gobierno del presidente Javier Milei.
El prefijo “tecno”
Como los propios autores del ensayo que comentamos lo reconocen, el primer problema de esta denominación surge con el significado del prefijo “tecno” y la función que se le asigna dentro del término “tecnopopulismo”. Una primera interpretación podría otorgar valor al uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación por parte de los nuevos movimientos populistas. Si bien en los orígenes los nuevos partidos populistas hicieron notable uso de las redes sociales, lo cierto es que ese uso ya se ha extendido y es prácticamente universal para todo el espectro de partidos políticos y movimientos sociales. Los autores del ensayo señalan que el uso del prefijo no se vincula con las nuevas tecnologías sino con la tecnocracia, es decir el gobierno de los expertos. En su opinión, el tecnopopulismo afirma representar al “pueblo” y al mismo tiempo apela a la competencia del saber experto. Esta combinación resulta novedosa puesto que tradicionalmente se consideró que los gobiernos populistas estaban en el extremo opuesto a los gobiernos conducidos por expertos. Sin embargo para nuestros autores “el rasgo distintivo de la lógica tecnopopulista en la cual nos enfocamos es, precisamente, que fomenta a quienes aspiran a ocupar cargos a adoptar formas discursivas y modos de organización política que combinan populismo y tecnocracia, independientemente de sus objetivos políticos concretos”.
Es posible que esa combinación se verifique en los partidos o movimientos populistas que son objeto de estudio en el ensayo y que abarcan los casos situados en el Reino Unido, Francia e Italia. Aquí conviene formular una aclaración previa. En la actualidad todos los partidos políticos formulan apelaciones dirigidas al pueblo o a los ciudadanos en su conjunto como consecuencia de la espectacularización de la comunicación política. El lenguaje de la política se ha mimetizado con el lenguaje de la publicidad comercial y con el mundo del espectáculo, de modo que las apelaciones populistas tiñen al accionar de todos los partidos. De este modo los autores pueden considerar que Emanuel Macron en Francia ha conformado un movimiento “tecnopopulista” que sigue la estela de Nicolás Sarkozy que logró asumir el control del partido de centro derecha entonces conocido como Unión por un Movimiento Popular para lo cual contrató a la consultora Boston Consultancy Group con el fin de que le ayudara a escribir su plataforma electoral. Macrón creó luego ¡La República en Marcha! que le permitió conquistar la presidencia de la República en el 2017 cuando gracias al ballotage derrotó a Marine Le Pen con el 66 % de los votos. Si bien Macrón había formado parte del gobierno socialista de Françoise Hollande luego se presentó conduciendo una formación política “posideológica” de centro. En palabras de Pierre Rosanvallon, Macrón defiende una “versión elegante del populismo”. Sin embargo no nos parece acertada esta expansión del concepto de populismo para abarcar partidos o movimientos catch all (atrapa-todo) que buscan expandir su base electoral en base a rehuir las definiciones ideológicas, ubicándose en un centro desde el que no se defiende nada en particular y que Tony Judt definió como “la insoportable levedad de la política”.
El populismo según Laclau
Antes de incorporar las novedades de los nuevos partidos populistas parece conveniente recordar el concepto canónico del populismo que ofreció Ernesto Laclau en La razón populista (FCE, 2005). Para Laclau se trata de “una forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política que divide a la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo frente a los de arriba. Para que haya populismo se requieren tres condiciones. La primera es que se construya una relación solidaria entre una pluralidad de demandas insatisfechas para que se forme entre ellas lo que hemos denominado una cadena equivalencial (…) La segunda condición consiste en elaborar a partir de las demandas insatisfechas un discurso dicotómico que divida a la sociedad en dos campos: los de abajo, el pueblo, y, frente a él, el poder social y político cuyos canales institucionales tradicionales no logran vehiculizar las demandas de las masas. El tercer estadio tiene lugar cuando este discurso dicotómico cristaliza en torno a cierto símbolos que significan al “pueblo” como totalidad. En la mayor parte de los casos es el nombre de una figura líder”.
De esa definición podemos extraer que uno de los rasgos más característico del fenómeno populista es la obsesiva búsqueda de un “enemigo interior” como un modo de imponer una lógica de amigo-enemigo que da lugar a batallas políticas e ideológicas que se acometen en nombre de una verdad cuasi religiosa. Se trata del uso de un discurso simplificador, maniqueo, donde se relata el supuesto enfrentamiento ético y moral entre el pueblo y sus “enemigos”, una etiqueta amplia donde puede entrar la “plutocracia”, “la casta”, o la “burocracia de Bruselas” en Europa. La consecuencia es que al adoptar un estilo discursivo moral, propio de las guerras de religión, en donde el otro es visto como alguien malvado e inmoral, se produce una deslegitimación del adversario político que puede llevar hasta el intento de reducirlo a silencio o encarcelarlo cuando se consigue la adhesión de una logia judicial que se presta a las estrategias del lawfare.
Los nuevos populismos de derecha
Cuando Laclau escribió su ensayo tenía en mente el fenómeno de Hugo Chávez en Venezuela por el cual sentía admiración. Laclau era partidario de la reelección indefinida de los presidentes latinoamericanos y Chávez reformó la constitución venezolana para permitir la reelección indefinida del presidente. Lo que no pudo es incluir en la Constitución una cláusula que le garantizara la vida eterna. De modo que Laclau, que falleció en el 2014, no alcanzó a ver la deriva autoritaria del régimen venezolano ni el surgimiento de los populismos de ultraderecha en América. Tampoco pudo imaginar que sus teorías sobre el populismo iban a servirle a Steve Bannon, asesor de Donald Trump, para promover el establecimiento de una internacional populista de derecha. Según Bannon «cada vez más gente exigirá un populismo de derecha. Una vez que los millennials se sumen, va a ser la fuerza política más poderosa en el mundo». El propio Laclau no ignoraba que el populismo era un fenómeno que podía encarnarse tanto en partidos de izquierda como de derecha. Afirmó que “no existe ninguna intervención política que no sea hasta cierto punto populista” y reconoció que el populismo no es una constelación fija sino una serie de recursos discursivos que pueden ser utilizados de modos muy diferentes. En terminología de Laclau, el populismo consiste en un arsenal de herramientas retóricas (significantes flotantes) que pueden tener los usos ideológicos más diversos. De ese modo consideró populistas movimientos ideológicamente tan disímiles como el creado por Adolf Hitler en Alemania, Mao Tse Tung en China o Perón en Argentina.
Es cierto que los nuevos populismos de ultraderecha se han servido profusamente del fenómeno de las redes sociales, y pueden ocasionalmente acudir al servicio de expertos, pero eso no justifica otorgarles una categoría diferente. Estamos simplemente ante nuevas incrustaciones facilitadas por las nuevas tecnologías y los avances del conocimiento. El caso más notorio es el del Movimiento 5 Estrellas de Italia, fundado por el cómico Beppe Grillo con la ayuda de Gianroberto Casaleggio, un experto en el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación para quien el desarrollo de las tecnologías virtuales “volvería redundante a la propia política”. Es sabido que el anonimato de las redes ha favorecido el uso de un lenguaje vulgar, descalificatorio del otro y de enorme agresividad. Ese lenguaje de las redes ha sido luego trasladado por los líderes populistas como Beppe Grillo o Javier Milei al terreno del debate político abierto. Todavía no se ha tomado consciencia del riesgo que supone para la democracia naturalizar el hábito de los ataques virulentos contra los opositores políticos y las descalificaciones peyorativas hacia las personas o las instituciones, reducidas a “ratas” o “cucarachas”. La moralización extenuante del discurso político, donde los oponentes son vistos como malintencionados, deshonestos y corruptos, da lugar a un fenómeno de deslegitimación del adversario que es una forma de hacer imposible o dificultar la alternancia, que es justamente el rasgo fundamental de la democracia.
Ha sido justamente Chantal Mouffe, la pareja de Ernesto Laclau, quien en su ensayo En torno a lo político (FCE) ha alertado sobre el riesgo que para la democracia supone utilizar categorías morales. “El nosotros/ellos en lugar de ser definido mediante categorías políticas se establece ahora en términos morales. En lugar de una lucha entre “izquierda y derecha” nos enfrentamos a una lucha entre “el bien y el mal”. Considera que en una democracia los conflictos políticos no deben tomar la forma de un antagonismo (lucha entre enemigos) sino de un agonismo (lucha entre adversarios). La confrontación agonista es diferente de la antagónica porque no considera al oponente como un enemigo a destruir y lo acepta como un adversario cuya existencia se percibe como legítima. La democracia no puede sobrevivir si no existe una adhesión a ciertos valores éticos-políticos y un respeto a las instituciones que la regulan. El desprestigio de las instituciones puede ser, como se ha comprobado en Estados Unidos y Brasil, el paso previo para intentar su asalto.
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