Aleardo Laría.
El presidente Milei publicó en su cuenta personal de X un texto bajo el título “Tremendo avance de las nuevas derechas en Europa”, donde festeja los resultados de la jornada electoral del pasado 9 de junio en el Parlamento Europeo. “Las nuevas derechas han arrasado en las elecciones europeas y le han puesto un freno a todos aquellos que empujan la Agenda 2030, una agenda inhumana diseñada por burócratas, para beneficio de burócratas”, señaló en el posteo. Luego, en el tono mesiánico que lo caracteriza, añadió que en su visita al Foro de Davos ya había alertado “que de continuar este rumbo Occidente se encaminaba a su extinción. Los pueblos de Europa han hablado y han revalidado con su voto nuestra visión, a pesar de los llantos de los progresistas locales e internacionales, periodistas y políticos que cuestionaron el nuevo posicionamiento de Argentina para disfrazar sus intenciones globalistas”. Que Milei celebre el avance de los partidos de ultraderecha en Europa no debe sorprender a nadie y permite situar al personaje exactamente en el lugar ideológico que ocupa a pesar de los ropajes anarco-libertarios con los que pretende embaucar a liberales argentinos cortos de vista. Es cierto que los partidos de ultraderecha han obtenido buenos resultados electorales en países grandes como Francia, Alemania e Italia lo que les ha permitido pasar de 118 a 157 escaños, casi el 22 % del nuevo Parlamento Europeo. Pero al mismo tiempo han perdido apoyo en países como Suecia, Finlandia, Países Bajos y Portugal. Estos resultados revelan que la ola de disconformidad es fluctuante y que basarse en una agenda negativa en la que se mezclan las políticas xenófobas contra la inmigración con las protestas contra el acuerdo verde o políticas de género y diversidad sexual no son suficientes para ofrecer una alternativa de gobierno. La búsqueda de chivos expiatorios para explicar los complejos problemas de la modernidad solo sirve para enmascarar los verdaderos problemas y postergar el estudio de las soluciones más adecuadas.
Se acabó la fiesta
Conviene detenerse en el surgimiento de un nuevo partido xenófobo de ultraderecha en España -en realidad, por el momento, una agrupación de electores- con la llamativa denominación Se acabó la fiesta (SALF). El caso es sumamente ilustrativo porque muestra que los partidos antipolíticos surgidos desde las redes tienen una primera etapa de éxito pero esos resultados no se consolidan fácilmente dado que se basan en emociones fluctuantes como el odio y la búsqueda de chivos expiatorios. Como lo demuestra el gobierno de Milei, estos partidos son hábiles para practicar la política agonal de lucha por el poder manipulando los sentimientos negativos, pero carecen de eficacia a la hora de desarrollar la política arquitectónica una vez instalados en el poder. La agrupación Se acabó la fiesta, encabezada por un provocant que se hace llamar Alvise Pérez -su nombre real es Luis Pérez Fernández-, obtuvo 800.000 votos, el 4,58 % del total de sufragios emitidos, lo que le permite colocar tres representantes en el Parlamento Europeo. Este resultado merece ser comparado con los obtenidos por los partidos que están a la izquierda del PSOE y que integran la actual coalición de gobierno. Sumar, con 811.000 votos (4,65% del total) consiguió tres representantes, mientras que Podemos, con 570.000 votos (3,3 % del total), obtuvo 2 representantes. En 2019, la coalición de Podemos-Izquierda Unida ohabía obtenido el 10,1% de los sufragios y seis eurodiputados. En esta ocasión, Izquierda Unida, que representa a los viejos militantes del Partico Comunista de Santiago Carrillo, se quedaron sin representación europea.
Luis Alvise Pérez, sevillano de 34 años, fue asesor de Ciudadanos, un partido que prácticamente ha desaparecido, pero ganó notoriedad como comunicador y analista político. Tiene 500.000 seguidores en Télegram y el doble en Instagram lo que le ha permitido hacer llegar su discurso antipolítico sin intermediación alguna a uno de cada diez jóvenes españoles. Ha declarado la guerra a la “casta” y a la “partidocracia”. También, al igual que Milei, se ha comprometido a sortear su sueldo de eurodiputado entre sus seguidores. Ha sido convocante de actos ante la sede del PSOE para denunciar la ley de amnistía que acaba de aprobar el Parlamento; ha participado en las protestas de los agricultores contra las políticas verdes de la Unión Europea y lideró una concentración ante una conocida clínica de abortos en Madrid, como muestra de rechazo a estas prácticas. Ha prometido construir una inmensa cárcel en Madrid “sin gimnasio ni piscina” para albergar a 40.000 delincuentes, entre ellos a Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno de España. Otra de las estrategias utilizadas por Alvise consiste en la difusión de bulos y teorías conspirativas. Ha anticipado un eventual fraude electoral por considerar que la empresa Indra está dominada por los socialistas y alienta la hipótesis de que la política de Pedro Sánchez en relación con Marruecos está condicionada por la información que tienen los servicios marroquíes tras haber hackeado el teléfono del presidente del Gobierno.
El 80% de los votantes de la plataforma Se acabó la fiesta tienen menos de 44 años y los hombres triplican a las mujeres. Alvise tuvo apoyos parecidos en barrios de todas las rentas, aunque en algunas comunidades tuvo mejores resultaos en las secciones censales con rentas crecientes. Un dato preocupante de cara al futuro para los partidos tradicionales es que según una encuesta del oficial Centro de Investigaciones Sociológicas, los apoyos entre los hombres jóvenes de los partidos de extrema derecha (SALF y Vox) podrían haber sumado hasta el 34% de los sufragios, frente al 13% de PP y 9% del PSOE. Es posible relacionar esos datos con el desempleo de los menores de veinticinco años en España que sigue estando cerca del 30 por ciento, y que durante la Gran Recesión de la década anterior, se acercaba o a veces sobrepasaba el 50 por ciento.
Levedad de las ficciones
El sociólogo Iago Moreno, especialista en política digital, en declaraciones al diario El País, señala que la ultraderecha está ganando espacio a través de la crítica conspiranoica a un sistema supuestamente corrupto, cavando en un terreno fértil porque conecta con “las ficciones de nuestro tiempo, en las que abundan las representaciones de la política como una actividad dominada en la sombra por una élite malvada”. Sin embargo, como señala Víctor Lapuente “es difícil crear algo estable con quien sólo te une el odio a los inmigrantes, izquierdistas, feministas, ecologistas, independentistas y cosmopolitas.” (1) Añade que la derecha populista que explota la xenofobia sólo vende toxicidad. Y los datos- como en Argentina- apuntan a que no trae soluciones, sino que empeora los problemas. “Si los populistas te gobiernan, tu PIB crece menos; es decir, los “decrecentistas” son ellos. Y tus servicios públicos se deterioran”. La ultraderecha populista ha sabido conectar con el pesimismo de los jóvenes que en el marco de una globalización desenfrenada, parecen condenados a vivir peor que sus padres. Pero los insumos del odio no sirven para gobernar. Y resulta absurdo negar la necesidad de la acción estatal para limitar la arbitrariedad de los poderes privados. La fragilidad de los falsos relatos no resistirá la acción abrasiva del tiempo.
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