Aleardo Laría.
Un buen punto de partida para reconocer las notas características del actual discurso binario de la derecha en Argentina es una opinión expresada en la columna de un medio emblemático del establishment. Según el articulista “más que por la vieja disputa entre izquierdas y derechas, hoy la política está atravesada por una tensión mayor, más decisiva, determinada por el apego o el rechazo a los valores y las reglas de la democracia republicana. Hoy se enfrentan, en muchos países de Occidente, y en la Argentina sin duda, el republicanismo y el populismo. Esta es la verdadera grieta. De uno y otro lado hay dos categorías inconciliables, que se repelen entre sí: populismo y Estado de Derecho”. Esta visión política se entremezcla con un discurso moral, en donde el bando republicano se asume como depositario natural de los valores éticos de la sociedad y finaliza con una caracterización de la actualidad política que gira alrededor de un tema que se invoca obsesivamente: “las maniobras para obtener impunidad en las causas de corrupción que se le siguen a la vicepresidenta (que) se multiplican sin pausa, y esto porque todos, incluido el Presidente, conocemos el peso de la prueba reunida en ellas”. Todos los días aparecen decenas de notas de opinión en los medios del círculo rojo que con las mismas o parecidas palabras repiten una y otra vez el mismo discurso binario que, no cabe duda, ha permeado en muchos sectores de la clase media. Por lo tanto, conviene someterlo a un test de verosimilitud para determinar las consistencias e inconsistencias de estas proclamas de aparente raigambre republicana.
Un modo amable de iniciar este recorrido sería abordar en primer lugar lo que podría considerarse una visión compartida entre la izquierda y la derecha en nuestro país. Hay quienes opinan, a la vista de los conflictos que se producen actualmente en las democracias occidentales, que no se verifica valor alguno en torno al cual exista un total acuerdo. Sin embargo, podemos comprobar que se ha ganado la batalla cultural por el respeto de los derechos humanos y por tanto existe un terreno común sobre el que reconocer unos mínimos valores morales compartidos. De igual modo, todos aceptamos la democracia como un método que consigue evitar los enfrentamientos cruentos y permite resolver los conflictos a través del dictamen de las urnas. Finalmente, existe un consenso moral de que estamos sujetos a unos principios éticos que nos impiden matar, robar o, en el terreno político, utilizar los resortes del Estado para inclinar el terreno de juego o para favorecer el enriquecimiento indebido de familiares y amigos. En el desarrollo de nuestra exposición veremos en que medida estos ideales se verifican luego en la realidad pero, por el momento, podemos reconocer que todos los discursos políticos rechazan la violencia o las variadas formas de ilegalidad. Naturalmente, esto no impide que en la realidad se hagan luego presentes hechos de violencia o corrupción. Dada la fragilidad moral de los seres humanos y los factores emocionales que juegan en su contra, verificamos que las instituciones creadas con el fin de contener los impulsos más irracionales de las personas no siempre consiguen su cometido y la crónica periodística recoge a diario las muestras de ese infatigable fracaso.
Los caminos divergentes
Los senderos intelectuales comienzan a divergir cuando buscamos explicaciones a esos fracasos institucionales y en ocasiones se acude a simplificaciones interesadas para terminar en un reduccionismo identitario. En estos errores se puede caer tanto desde la izquierda como desde la derecha. Por ejemplo, un error de determinismo identitario fue cometido en el pasado por el marxismo que remitía todo a un conflicto de dos clases sociales. Ahora son autores del campo posmarxista, como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes han negado la primacía del viejo paradigma del antagonismo de clases reconociendo que en la actualidad existe en la compleja sociedad posindustrial una pluralidad de antagonismos e identidades. Esta lectura se traduce en una propuesta política democrática de articulación de un conjunto de demandas insatisfechas para construir un sujeto democrático colectivo que permita impulsar un modelo alternativo de sociedad. Como afirma Mouffe, “el objetivo de la izquierda debería ser la extensión y profundización de la revolución democrática iniciada hace doscientos años”, conectando así con las tradiciones del liberalismo político de la Ilustración. Desde esta perspectiva se percibe a la democracia no como un modelo acabado, sino como un proyecto abierto al futuro, que permite ir ganando en espacios de autonomía y libertad. Esa concepción de la democracia, que aspira a una mayor participación de los ciudadanos, no se acomoda a la visión liberal conservadora que entiende a la democracia básicamente como una defensa estricta de la libertad individual limitando el poder político. Pero ambas, con sus diferencias, se mueven en el terreno republicano, de modo que no existe una base argumental que permita otorgar las credenciales republicanas solo al liberalismo conservador.
Cuando la derecha conservadora pretende enfrentar al populismo con la República incurre en un error de reduccionismo identitario que consiste en atribuir a lo que denomina “populismo” una esencia autoritaria y antidemocrática. El esencialismo es un error habitual en las ciencias sociales porque aquí siempre tropezamos con construcciones abstractas lo que permite ver, detrás de acontecimientos cambiantes, una suerte de fantasma o esencia permanente. Pero, como decía Popper, la tarea de la ciencia social es la de construir modelos sociológicos en términos descriptivos tomando en consideración las actitudes, esperanzas y relaciones de los individuos. En el terreno de la realidad no encontramos una esencia tal que pueda ser concebida como un enfrentamiento absoluto entre el Mal y el Bien. Por el contrario, todos los movimientos políticos cometen errores y están en constante transformación dado que el carácter contingente de los acontecimientos políticos permite ampliar su potencial combinatorio. Esta búsqueda de una esencia invariable explica la obsesión que tiene el pensamiento conservador de reducir al Frente de Todos a una forzada caricatura y negar la posibilidad de una mejor gestión de su espacio de acción política. Por el contrario, si atendemos al discurso del presidente Alberto Fernández, son incuestionables sus credenciales democráticas y con independencia de alguno que otro error de gestión –inevitables en toda labor de gobierno- es evidente el cuidado que pone en evitar atajos institucionales indebidos.
Las credenciales republicanas
Analicemos ahora las credenciales republicanas del gobierno de Mauricio Macri. Naturalmente, sería injusto adjudicar a los integrantes de la amplia coalición que lo ha apoyado todos sus errores dado que hay muchos votantes que de buena fe dieron sustento lo que consideraban un proyecto moderado de centro. Pero cuando llega el momento de hacer un balance hay que partir de realidades concretas. Y examinando las efectividades conducentes de su gobierno, lo que se advierte en el plano institucional, es la más cruda violación del Estado de derecho que haya tenido lugar en Argentina desde la recuperación de la democracia en 1983. Nunca, salvo en la época de la dictadura militar, las cloacas del Estado se utilizaron del modo que lo hizo Macri para hacer espionaje ilegal de amigos y enemigos y para manipular causas judiciales con el propósito de neutralizar a los rivales políticos. Es cierto que las investigaciones en marcha no permiten todavía establecer la real magnitud de las vulneraciones de derechos cometidas, pero con lo que ya ha salido a la luz, se tienen datos suficientes para saber a lo que nos enfrentamos. La coalición mediática que brindó apoyo al gobierno de Macri persiste en el empeño de negar las evidencias. Para este periodismo partisano, la causa que se abrió en el Juzgado Federal de Lomas de Zamora es un “proyecto de revancha” y la investigación del juez federal Alejo Ramos Padilla en Dolores es un “armado para desestabilizar al fiscal Carlos Stornelli por su activa participación en la investigación de la causa de los cuadernos” (Joaquín Morales Solá dixit). Se trata de un negacionismo que practica el malabarismo intelectual de tapar el cielo con un harnero.
La resistencia a aceptar esa cara desagradable de la realidad está motivada porque cuestiona el relato pueril que instalaba la maldad en uno solo de los contendientes. Por otra parte, si se admitiera la persecución judicial, se vendría abajo el discurso de la “búsqueda de impunidad”, dado que la recuperación del equilibrio perdido a manos de jueces prevaricadores es una reacción legítima que adopta todo ciudadano injustamente perseguido. Solo desde la sociobiología se puede explicar que a tantos periodistas “liberales” les resulte tan difícil aceptar aquellos datos o hechos que ponen en duda o relevan la inconsistencia del relato que han querido instalar. Nuestra mente tiende a organizar los datos alrededor de una narrativa que les da sentido y asigna valor. Cuando aparece un dato nuevo que desmiente o cuestiona la verosimilitud de esa narrativa, se genera un profundo malestar interno y la solución que el inconsciente adopta es la de negar o reducir el impacto de aquello que no encaja en el modelo mental anterior. Esa disonancia cognitiva puede llevar tanto a un cambio radical del punto de vista como a su opuesto, es decir a una actitud de resistencia por la que preferimos conservar el pensamiento falso pero coherente con nuestros sesgos ideológicos previos. El paso siguiente consiste en negar lo evidente y recurrir al autoengaño como modo de reducir ese profundo malestar interior.
Las credenciales éticas
Examinemos a continuación las credenciales éticas del gobierno de Mauricio Macri. La brevedad de una nota no permite hacer un análisis pormenorizado de todos los episodios que han dado lugar a la incoación de numerosos procedimientos penales. Pero como para muestra basta un botón, detengámonos en la operación de traspaso de parques eólicos que le permitió al hermano del presidente, Gianfranco Macri, hacerse con 69 millones de dólares que ingresó en cuentas de sociedades creadas ex profeso en Luxemburgo para ocultar la operación. Se supone que cuando se asignan proyectos de inversión de estas características, las adjudicaciones se hacen atendiendo a las garantías técnicas y económicas que ofrecen los adjudicatarios. De modo que si una empresa cae en cesación de pagos y no puede atender el proyecto adjudicado, lo que corresponde es volver a licitarlo para proceder a una nueva adjudicación. Es incomprensible que esos proyectos puedan ser negociados en el mercado como si se tratasen de simples commodities y den lugar a un sobrecosto de semejante magnitud, que finalmente deberá ser sufragado por los consumidores. ¿Desde que manual de ética republicana se pueden justificar estas maniobras dolosas que terminan con la fuga al exterior de semejantes cantidades de dinero?
La lógica binaria
A la vista de estos antecedentes es posible hacer ahora una evaluación de la lógica que está detrás del enfoque binario del pensamiento conservador. Sin advertirlo, incurren en un error especular similar al que algunos autores le atribuyen al populismo: una reducción maniquea en la que el Bien enfrenta al Mal. Es decir que hacen populismo sin saberlo. La reducción de las luchas políticas a una cruzada entre personas bien intencionadas que deben enfrentar a unos rivales surcados de malignidad es un equivalente laico a las guerras santas. En opinión de Steve Pinker, “el mito del mal puro da lugar a un arquetipo común en las religiones, las películas de miedo, la literatura infantil, las mitologías nacionalistas y la cobertura informativa sensacionalista”. José Alvarez Junco añade que uno de los elementos centrales del populismo es “una retórica específica, de fuerte coloración emotiva y redentorista, que gira obsesivamente alrededor de un enfrentamiento de tipo maniqueo entre el “pueblo”, idealizado como depositario de las virtudes sociales, y unos elementos “antipopulares” origen y paradigma de todos los males sociales”. Ese discurso binario, reformulado mediante el cambio de los antagonistas, es el que ahora ha interiorizado el pensamiento conservador de la derecha argentina. Y un recurso característico de esas visiones maniqueas consiste en acudir a la amalgama, es decir a la fusión de todos los componentes del espacio opositor, resaltando algunos comportamientos individuales execrables, para desprestigiar al conjunto y forzar la elección entre “buenos” y “malos”. Es cierto que todo discurso político busca horadar la pretensión de verdad que encierra el discurso del adversario. Pero ese trabajo de descalificación en una sociedad que admite como algo natural la pluralidad de discursos nunca puede llegar al extremo de negarle al otro toda legitimidad asociándolo al Mal absoluto.
Argentina arrastra desde hace decenas de años graves problemas de desapego en el cumplimiento de la ley. Se verifica en prácticas muy extendidas como el fraude fiscal, la fuga de capitales, el contrabando, la informalidad laboral, los negociados con la obra pública y un extenso etcétera. En un ensayo titulado “La raíz de todos los males” el periodista Alconada Mon ha hecho una descripción actualizada del fenómeno de la corrupción abordándolo como un problema estructural y transversal del que ningún grupo social, ningún estamento corporativo o ningún partido político se han librado. Carlos Nino, en “Un país al margen de la ley” atribuyó el fenómeno a la proverbial “anomia boba” que reina en nuestra sociedad. Afecta también al Poder Judicial como lo ha señalado el ex juez Mariano Bergés en su ensayo “Acá no pasada nada” en el que describe “la corrupción del sistema judicial argentino contada desde adentro” denunciando la presencia de “jueces soberbios, arreglados con el poder o las corporaciones”. Una muestra elocuente de esos arreglos de los jueces con las corporaciones lo ofrece la convocatoria de acreedores del Correo Argentino, un proceso plagado de irregularidades cuya duración ronda ya los 20 años. De manera que no parece ecuánime que se otorguen selectivamente las patentes de pureza republicana.
La corrupción es un fenómeno muy presente en la historia de la humanidad y es un problema muy difícil de erradicar. En opinión de Pinker, “el nepotismo es una inclinación humana universal y un azote universal de las grandes organizaciones”. Por lo tanto, solo podemos aspirar a crear instituciones fuertes y bien concebidas para intentar reducirlo a su mínima expresión. Otra cosa bien diferente es el uso de la corrupción para emplearla como arma arrojadiza en la política y armar una causa general contra un partido político. Es un recurso conocido en la historia política argentina porque fue usado profusamente a partir del 16 de septiembre de 1955. Esta estrategia solo sirve para banalizar la cuestión y eludir el debate sobre los modos genuinos de limitarla. La creencia de que existe una parcialidad que es más noble que el resto es una forma de autoengaño y es una de las causas que impiden dirimir los conflictos estableciendo un debate racional entre iguales. Resulta muy tentador ponerse del lado de los ángeles y es sin duda atrayente predicar sobre los valores de la democracia republicana, pero para colocarse en ese atril hace falta primero aprender a no engañarse a sí mismo.
(Esta nota salió publicada en «El cohete a la luna»)