Aleardo Laría.
La estrategia de Israel de bombardear a la población civil de Gaza no es un hecho históricamente excepcional. En la última etapa de la II Guerra Mundial los aliados llevaron a cabo bombardeos sistemáticos de las zonas residenciales civiles en Alemania y Japón. La campaña aérea contra Alemania fue impulsada por el dominio aéreo de Fuera Aérea de Estados Unidos con base en Francia. El jefe de la División de Bombarderos, Sir Arthur Harris, sostenía que los bombardeos zonales se justificaban estratégicamente en la medida en que permitían acortar la guerra. Entre el 24 de julio y el 3 de agosto de 1943 la ciudad de Hamburgo fue sometida a un intenso bombardeo utilizando bombas incendiarias que provocaron la muerte de 40.000 civiles. El 13 de febrero de 1945 la ciudad de Dresde fue bombardeada arrojando tanques con petróleo para provocar un enorme incendio que dejó la ciudad arrasada y produjo 30.000 víctimas civiles. Muchos de los habitantes que acudieron a los refugios murieron ahogados por los gases desprendidos por los incendios. A principios de 1945 el general Curtis LeMay tomó el mando de las fuerzas aéreas norteamericanas radicadas en Japón y ordenó un bombardeo gigantesco sobre Tokio que mató alrededor de 100.000 personas en una noche. El general LeMay no tuvo recato en reconocer que el pueblo de Tokio fue “quemado, hervido y cocido hasta morir”, según el relato que recoge Jonathan Glover en su libro Humanidad e inhumanidad (Ed. Cátedra). El art. 25 del Reglamento de las leyes de la guerra del Cuarto Convenio de La Haya de 1907 prohibía “atacar o bombardear, cualquiera que sea el medio que se emplee, ciudades, aldeas, habitaciones o edificios que no estén defendidos”, pero esto no fue obstáculo para el uso brutal de la aviación sobre ciudades que no tenían valor estratégico.
El 8 de agosto de 1945, dos días después de que se arrojara una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima y un día antes de que arrojara otra bomba atómica sobre Nagasaki, los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética firmaron el llamado Acuerdo de Londres que otorgaba competencias a un Tribunal Internacional para juzgar los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad cometidos en la Segunda Guerra Mundial. El Tribunal de Nüremberg -que ignoró olímpicamente el genocidio producido en Hiroshima y Nagasaki- debió abordar los bombardeos de las zonas residenciales civiles en Alemania y Japón por parte de los aliados y también sobre los castigos colectivos aplicados por los nazis que destruían aldeas enteras en respuesta a la acción de los partisanos. Para evitar la difícil misión de acusar a los vencedores, los tribunales de Nuremberg y de Tokio castigaron el desencadenamiento de la guerra pero no los crímenes de guerra cometidos a lo largo del conflicto. Utilizaron un argumento jurídico de notable cinismo e hipocresía, de factura similar al que actualmente se utiliza para justificar la masacre de Gaza. Declararon inocentes tanto a los nazis como a los aliados en base a que “los bombardeos aéreos de ciudades y fábricas se han convertido en práctica habitual, al igual que los bombardeos de civiles” y por lo tanto en “derecho consuetudinario” con fuerza para derogar lo reglado en la Cuarta Convención de La Haya de 1907.
Los bombardeos sobre Gaza
El exdiputado del Likud, Moshe Feiglin, exigió en televisión israelí que Gaza sea “aniquilada” y que se convierta en un nuevo Dresde. Israel viene sometiendo a la población de Gaza a un bombardeo despiadado, destruyendo viviendas civiles, mezquitas, centros hospitalarios y escuelas donde los gazatíes buscan refugio. Dos tercios de los hospitales y un tercio de las clínicas en Gaza han detenido sus operaciones por el bloqueo israelí, según ha advertido la Organización Mundial de la Salud, que ha alertado de la enorme presión sanitaria que sufre ese territorio. Se estima que los muertos civiles al momento de hacer esta nota rondan ya los 6.000 de los cuales 2.000 son niñas y niños. Se debe añadir que presumiblemente hay 1.000 víctimas más debajo de los escombros. El ejército judío exigió a la población que se trasladara al sur de Gaza, pero los bombardeos no cesaron en esa región. El Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados B’Tselem comenzó a elaborar en el año 2000 una lista para contabilizar las víctimas en el conflicto israelí-palestino. Según esa organización pacifista israelí, al menos 1.741 menores habían perdido la vida de forma violenta en la Franja de Gaza hasta el 6 de octubre de 2023. El dato escalofriante es que en las tres semanas que han transcurrido desde que la milicia islamista Hamás atacara Israel el 7 de octubre —y este país bombardeara desde entonces la Franja como represalia— se ha alcanzado un sangriento récord: al menos 2.360 niños y niñas han fallecido bajo las bombas israelíes, según datos suministrados por el Ministerio de Sanidad gazatí el martes pasado. Es decir que en 18 días se ha superado el saldo de niños muertos de los últimos 23 años. Además de los muertos, se han registrado al menos otros 5.000 niños y niñas heridos y 800 más desaparecidos, probablemente porque han quedado bajo los escombros de los edificios derrumbados, según las autoridades palestinas. “Miles de hogares y decenas de parques infantiles, escuelas, hospitales, iglesias y mezquitas han resultado dañados o destruidos en Gaza”, informa el Ministerio de Sanidad de Gaza. De los niños heridos, la misma fuente asegura que algunos presentan “quemaduras insoportables, pérdida de extremidades y otras horribles heridas causadas por los bombardeos”.
Los bombardeos diarios están infligiendo un castigo colectivo a toda la población como lo reconocen las propias autoridades de Israel. Como si esto no fuera suficiente, el ejército israelí ha cortado por completo el suministro de agua, alimentos, medicinas y electricidad a Gaza, aplicando la denominada “Doctrina Dahiya”, desarrollada en 2008 en colaboración con la Universidad de Tel Aviv. Esta doctrina contempla atacar a civiles e infraestructuras civiles con una «fuerza desproporcionada» para disuadir todo apoyo a las organizaciones consideradas terroristas. En el intento de justificar la decisión de imponer un «asedio total» a millones de palestinos, el ministro de Guerra israelí Yoav Gallant declaró, sin rebozo alguno, que «luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia». Por su parte, el presidente israelí, Isaac Herzog, argumentó ante periodistas extranjeros que toda la nación palestina es responsable del atentado de Hamás que mató a más de 1.400 civiles israelíes: «Podrían haberse sublevado. Podrían haber luchado contra ese régimen malvado que se apoderó de Gaza en un golpe de Estado» según su particular enfoque.
Pese a la violencia que a ojos de todo el mundo se viene abatiendo sobre la población civil de Gaza, sorprende el silencio de la comunidad internacional que ha demostrado tanta sensibilidad por las violaciones a los derechos humanos que viene cometiendo el ejército ruso en Ucrania. Como hemos podido comprobar con lo sucedido en el Tribunal de Nuremberg, la doble vara de medir es una constante en las relaciones internacionales. Para mayor indignidad, algunos primeros ministros de países europeos han acudido en procesión a Jerusalén para solidarizarse con Netanyahu sumándose al coro que proclama “el derecho de Israel a defenderse” como si la legítima defensa frente a una agresión injustificada permitiera castigar impunemente a la población civil. Ha sido Josep Borrell, encargado de las Relaciones Exteriores de la Unión Europea el único que ensayó una tímida recriminación señalando que el derecho de defensa debía respetar las normas de derecho internacional.
Las declaraciones de Antonio Guterres
Adoptando una actitud más firme, el secretario de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, cansado de reclamar inútilmente una pausa humanitaria, ha denunciado ante el Consejo de Seguridad del organismo, las “violaciones claras del derecho humanitario” que están ocurriendo en la Franja de Gaza. Al condenarlas, el funcionario exigió un alto el fuego “inmediato” para aliviar el “sufrimiento épico” de la población local y añadió un comentario que desató las iras del gobierno israelí: “Es importante reconocer también que los ataques de Hamás no han ocurrido en el vacío. El pueblo palestino lleva 56 años sometido a una ocupación asfixiante”. El embajador de Israel ante la ONU ha pedido la dimisión de António Guterres. “Pido que dimita inmediatamente. No tiene justificación ni sentido hablar con quienes muestran comprensión por los actos más terribles cometidos contra los ciudadanos de Israel, y menos por una organización terrorista declarada. Es verdaderamente triste que el jefe de una organización que surgió tras el Holocausto manifieste opiniones tan horribles”, ha escrito el embajador en un mensaje de la red social X.
Guterres no se amilanó y reiteró al día siguiente, palabra por palabra, el mensaje pronunciado en la sesión del Consejo de Seguridad consagrada a la situación en Oriente Próximo, con un discurso en el que condenaba los atentados de Hamás, pero también aludía a las raíces del conflicto. El responsable de la ONU dijo que “los palestinos han visto cómo su tierra era constantemente devorada por los asentamientos y asolada por la violencia; su economía, asfixiada; su población, desplazada, y sus hogares, demolidos. Sus esperanzas de una solución política a su difícil situación se han ido desvaneciendo”. Añadió que “los ataques de Hamás no han salido de la nada. Los palestinos viven una ocupación sofocante desde hace 56 años, su tierra ha sido devorada poco a poco por asentamientos, y sus esperanzas de una solución política se han desvanecido, aunque sus reivindicaciones no pueden justificar los ataques de Hamás ni estos el castigo colectivo a la población palestina”. Guterres reivindicó la solución de dos Estados como una salida posible a la guerra. “Para terminar con este sufrimiento épico, reitero mi llamada a un alto el fuego humanitario inmediato. Y la solución de dos Estados como única alternativa posible, que garantice la seguridad de Israel y dé a los palestinos un Estado en conformidad con las resoluciones de la ONU”. El secretario general de la ONU insistió en la necesidad de respetar el derecho internacional y recordó que la primera regla de todo conflicto es la protección de los civiles y eso “no puede significar usarlos como escudos humanos o que más de un millón de personas sean evacuadas hacia el sur, y luego seguir bombardeando el sur”, en referencia a la acción cometida por Israel.
Hay que reconocer el valor de Antonio Guterres al identificar correctamente las causas estructurales del conflicto entre Israel y Palestina. Como lo han demostrado hasta el hartazgo todas las guerras que se han librado en la historia de la humanidad, las victorias militares no aseguran la paz. Si no se alcanzan acuerdos políticos equilibrados, contemplando todos los intereses en juego, la violencia resurge inevitablemente. De nada sirve el dualismo moral al que es tan afecto Estados Unidos y la OTAN, reduciendo los conflictos a un enfrentamiento entre “terroristas” y “defensores de la democracia”. Se trata de una fórmula muy burda y siempre cambiable, si recordamos que Osama Bin Laden y Sadam Husein en Irak, fueron durante la mayor parte de los años ochenta los fieles aliados y amigos de EE.UU.
El 8 de octubre de 1990 el presidente Bush se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas declarando su fe en “un nuevo orden mundial y una larga era de paz: una asociación basada en la consulta, la cooperación y la acción colectiva, especialmente a través de organizaciones internacionales y regionales; una asociación unida por los principios y por la ley y apoyada en un reparto equitativo de costes y contribuciones; una asociación cuyos objetivos han de ser más democracia, más prosperidad, más paz y menos armas”. Desde entonces, los Estados Unidos vienen realizando inequívocos esfuerzos para fortalecer y expandir la OTAN, donde detentan la hegemonía, en detrimento del rol tradicional de las Naciones Unidas. Como resultado hoy tenemos más armas y más conflictos. Si no se fortalece a la ONU, que es el entramado institucional creado después de la Segunda Guerra Mundial para que exista un mediador imparcial que intervenga y modere los conflictos, estaremos condenados a un recrudecimiento del clima reinante en el período de la “guerra fría”. Que un Estado como Israel se permita llevar a cabo las violaciones más flagrantes del derecho internacional humanitario, actuando con el mayor desprecio por las resoluciones de la ONU, es un adelanto trágico del mundo que nos espera.