Aleardo Laría.
En el año 2011 el sociólogo Manuel Mora y Araujo, quien moriría 6 años después, publicó un ensayo titulado La Argentina bipolar (Ed. Sudamericana) en el cual abordaba como tema central los vaivenes de la opinión pública en nuestro país. Es un texto que conviene recuperar porque sus reflexiones tienen notable actualidad en un momento en que la palabra bipolaridad parece tan asociada tanto a la persona como a las políticas del presidente Javier Milei. Las observaciones de Mora y Araujo siguen siendo valiosas porque provienen de uno de los pocos intelectuales demoliberales que no fueron absorbidos por la grieta y sostenía que el peronismo no era la causa de los problemas estructurales de la sociedad argentina: “No encuentro argumentos sólidos para respaldar el punto de vista de que el peronismo es el principal responsable de la debilidad institucional de la democracia argentina”. Por lo tanto, sus esfuerzos iban encaminados a analizar las constantes que atravesaban a todas las corrientes políticas argentinas. Consideraba que “un rasgo de la dirigencia argentina, antes que la ciclotimia, es su capacidad de enfocarse sólo en un aspecto de la realidad -muchas veces imaginario- y negar todo el resto. Es una característica de la que padecieron varios presidentes de la Argentina en estos años de democracia. En la sociedad eso produce pérdida de credibilidad y de confianza en sus dirigentes”. Añadía que los sectores empresarios no son demasiado distintos a la clase política. No proponen visiones del país y no parecen tener una vocación de dirigentes de la sociedad. Recogía la opinión de Julio Godio de que “un país depende fuertemente de la capacidad de sus élites de lograr arreglos apropiados para aprovechar las oportunidades” para rematar la idea señalando que “uno de los problemas de la Argentina reside, ciertamente, en falencia de sus élites como sectores dirigentes del país”. Que una parte considerable de las élites haya optado por consagrar con sus votos a un presidente estrambótico, confirma que Mora y Araujo no estaba equivocado.
La sociedad bipolar
Con el título de su ensayo Mora y Araujo sugería un diagnóstico y ofrecía una explicación. La palabra bipolaridad se asocia a “fuertes cambios, en cortos períodos de tiempo, en las valoraciones y las expectativas de gran parte de la población”. Un fenómeno que se vincula en la sociología política con la palabra volatilidad. Esa facilidad para pasar de la depresión a la excitación y viceversa, se manifiesta en el plano político en “la propensión a apoyar entusiastamente gobiernos para odiarlos tiempo después, de pasar de la búsqueda de liderazgos personalistas y dominantes a la preferencia por liderazgos tranquilos y más institucionales, de modificar abruptamente preferencias macroeconómicas sin haberle dado el tiempo suficiente a una cierta política pública -previamente aceptada- para que agote todas sus posibilidades antes de desecharla”. Consideraba que esas fluctuaciones de gran amplitud en el corto plazo, permitían el uso de una analogía con el individuo que pasa con facilidad de la euforia a la depresión, de la manía al pesimismo. En una alegoría que parece acuñada para tiempos actuales, menciona que “la sociedad argentina podría ser dramatizada a través de un personaje que es una suerte de lunático que le habla al mundo sin advertir que nadie le hace caso”. En su perspectiva, esa facilidad de la sociedad argentina para cambiar de estados de ánimo puede ser vinculada al mal desempeño como nación, un retroceso inédito cuando es medido en términos comparativos con otras naciones.
Mora y Araujo consideraba que son dos los principales factores que llevan a producir cambios profundos en los sistemas de gobierno. Uno es conocido: el descontento masivo de sectores de la población con su situación económica, cuando la población advierte que existe una distancia muy grande entre lo que espera recibir en su vida y lo que efectivamente recibe. En Argentina, esa distancia entre las expectativas y la realidad, ha provocado la caída de numerosos gobiernos. El segundo factor es más evanescente y se produce con independencia de las circunstancias económicas, cuando la gente simplemente se harta de sus gobernantes despóticos y autoritarios. Señalaba como ejemplo el caso del desmoronamiento de los regímenes pro soviéticos en Europa del Este, que tuvo más que ver con el cansancio de las poblaciones ante los privilegios de la “nomenklatura” que por razones económicas. Esta falta de identificación con el rumbo que toma una nación no es fácil de explicar, porque no existen fórmulas que permitan dotar a un país de dirigentes que resulten confiables para los dirigidos. Por lo tanto resulta atinado el diagnóstico que hizo Paul Samuelson hace muchos años cuando explicó la declinación de Argentina como fruto de una crisis del consenso social. El consenso, como es obvio, no significa que todo el mundo deba ponerse de acuerdo, sino que aspira a sostener en el tiempo ciertos acuerdos básicos, ciertas políticas de Estado. Ahora que Milei se encarga de destruir la tradicional política exterior Argentina de no alineamiento; que se burla de los derechos humanos; que intenta arrasar con el endeble Estado de bienestar de nuestro país, reduciendo a escombros las políticas culturales, educativas, de asistencia social y de salud pública, se tiene consciencia del daño que se causa cuando se ignora ese enorme patrimonio político de consensos implícitos de nuestra sociedad.
Un nuevo modelo productivo
Uno de los temas que ha sido motivo de análisis en el ensayo de Mora y Araujo es nuestra cultura inflacionaria entendida como adaptación a un fenómeno que ha sido constante en el último medio siglo. Una de las explicaciones de esta recaída en un problema estructural, puede radicar en la falta de consenso alrededor de las políticas públicas más convenientes para abordar los efectos de los ciclos económicos, en un país con extrema dependencia del volumen y los precios de los productos exportables. Esto ha propiciado que la historia vuelva a repetirse. Como señala Mora y Araujo, “lo que separó a Alfonsín de la opinión pública fue la inflación. Ni en su visión del mundo, ni en su agenda de gobierno, la economía ocupaba un lugar prominente”. La consecuencia de esa desatención llevó a que la campaña presidencial de 1989 girara en torno a esa cuestión, lo que le permitió a Menem obtener un importante apoyo social en la implantación de políticas neoliberales que provocaron luego la destrucción de una parte relevante del tejido productivo del país. Ahora nos encontramos ante una situación similar, donde la bandera de la dolarización, como pócima mágica para acabar con la inflación, ha recibido una altísima adhesión en los sectores populares, sin que se tome consciencia del efecto deletéreo que puede tener esa política en el largo plazo. Esta recaída en viejos errores, debe servir de advertencia sobre la necesidad de profundos replanteos en las estrategias de los sectores progresista para diseñar nuevos programas alrededor de ganar consensos en un modelo de desarrollo que proyecte una Argentina eficiente y competitiva en el terreno productivo.
Vinculada a esa búsqueda de eficiencia productiva, debiera también alcanzarse un consenso acerca de un nuevo modelo de Estado que necesita ser renovado para que cumpla las funciones que la sociedad demanda. Ya no resulta sostenible un Estado burocrático e ineficiente, expoliado por los partidos para emplear a las clientelas políticas o financiar irregularmente su actividad (con desvíos inevitables a los bolsillos particulares). La gran mayoría de las democracias modernas hace mucho tiempo que acabaron con esas lacras. El Estado “emprendedor” que reivindica Mariana Mazzucato demanda personal altamente cualificado, seleccionado a través de procesos objetivos, similares a los que se utilizan para designar jueces. Hay que destruir la falacia alentada por los sectores libertarios de que existe un sector privado dinámico, innovador y competitivo y un sector público burocrático e ineficiente. Pero esa falacia se destruye con hechos y realidades, no con consignas. Si Milei ha conseguido convertir a la motosierra en el signo representativo de su propuesta política, es porque han sido numerosos los sectores populares desencantados con los usos partidistas del Estado. Ningún programa alternativo a la distopía regresiva de Milei debiera ignorarlo.
La ley de péndulo
Es más que probable que la ley del péndulo se cumpla porque un programa de desmantelamiento del Estado de bienestar no resiste el paso del tiempo. Como señalaba Mora y Araujo, “la sociedad de hoy es dual, no por las clases en conflicto como hace un siglo o medio siglo, sino por la oposición entre incluidos y excluidos”. Un programa económico ultraliberal, que proclama que el Estado es una organización criminal y quiere regresar a una sociedad de mercado, provocando un aumento escandaloso de la desigualdad social, es una distopía que no puede arraigar en la sociedad argentina. Sin embargo las leyes de la política no son iguales que las leyes de la física y hay que estar preparado para recibir la alternativa y evitar nuevos fracasos. Ello obliga a recuperar la idea de un proyecto transversal que recupere suficiente masa crítica a través de programas atractivos y convincentes para los jóvenes que no vivieron las experiencias de anteriores intentos neoliberales. Los daños económicos, políticos, sociales y culturales del proyecto libertario de Javier Milei pueden llegar a ser inconmensurables. La labor de reconstrucción debiera encontrarnos preparados.
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