Aleardo Laría.
El presidente Javier Milei ha lanzado su particular guerra cultural contra el “Gramsci kultural” argentino. Con el respaldo de la Armada Brancaleone que ha construido en las redes sociales, la ha emprendido contra la artista Lali Espósito, pero su objetivo es sin duda más ambicioso, como lo revela la proclama al mundo occidental realizada desde Davos. Su mensaje apocalíptico no teme a nada ni a nadie: “Estoy acá para decirles que Occidente está en peligro. En todo el mundo, los líderes que deben defender sus valores se encuentran cooptados por una visión del mundo que conduce al socialismo y a la pobreza. En las últimas décadas, motivados algunos por el deseo biempensante de querer ayudar al prójimo, y otros por el deseo de pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado la libertad por el llamado colectivismo, que es la causa de todos los problemas”. En Suiza, probablemente la nación más alejada del colectivismo, algunos de sus oyentes no pudieron contener la risa, pero el detalle no amilanó a Milei. En su exhortación a los empresarios, es decir los “verdaderos héroes y benefactores de la humanidad”, les adjudicó una misión impostergable: “¿Por qué digo que Occidente está en peligro? Porque en los países que deberíamos defender la propiedad privada, hay sectores que están abriendo las puertas al socialismo. Los neomarxistas se apropian de los medios, de la universidad, de la cultura y de los organismos internacionales”. Como era de esperar, la izquierda mundial se ha puesto a temblar.
Gramsci y el bloque histórico
En el año 1973, la editorial Siglo XXI publicó la primera traducción al español del libro del francés Hugues Portelli titulado Gramsci y el bloque histórico. Todavía no se había producido la caída del Muro de Berlín (1989), pero el breve opúsculo, que sintetizaba las ideas más importantes de Gramsci, conseguía anticipar las claves del fenómeno que estaba a las puertas de producirse. La obra de Gramsci tiene el inmenso valor de haber ofrecido una alternativa de izquierdas al marxismo-leninismo que había proclamado la inevitabilidad de la “dictadura del proletariado”. Curiosamente había sido Lenin en El Estado y la revolución quien había proclamado -en notable coincidencia con Milei- que el objetivo de la revolución socialista era la sociedad sin clases y la desaparición del Estado: “Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto definitivamente con la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no existan diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción) sólo entonces desaparecerá el Estado”. La labor intelectual de Gramsci supone salir del reduccionismo economicista del primer marxismo para abordar la complejidad de las sociedades modernas. Utiliza el concepto de “bloque histórico”, conformado por una base estructural de diversas clases sociales a la que se añade una superestructura formada por una totalidad compleja en donde Gramsci distingue dos esferas esenciales: la sociedad política, que agrupa al aparato del Estado y la sociedad civil, formada por las organizaciones que crean y difunden la ideología. Gramsci define la ideología de un modo amplio, como “una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida intelectual y colectiva”.
La consecuencia de adoptar una concepción amplia de la sociedad civil y de la ideología, incluyendo actividades tan diversas y alejadas de la política como la actividad científica, le permitió al marxismo gramsciano asumir la complejidad de las sociedades occidentales y huir de la visión leninista que depositaba todas las expectativas en la toma violenta del poder. Para Gramsci toda pretensión de cambiar radicalmente un bloque histórico debía pasar necesariamente por un largo proceso previo de conquista ideológica de la sociedad civil. “El Estado es sólo una trinchera avanzada, detrás de la cual existe una robusta cadena de fortalezas y casamatas”. Solo una “larga guerra de trincheras” podría poner fin a la hegemonía predominante en un determinado bloque histórico. En Europa, las ideas de Gramsci habilitaron el surgimiento del eurocomunismo, es decir el conjunto de partidos comunistas que aceptaron las formas democráticas de acceso al poder y tomaron distancia del comunismo soviético, que había caído en el totalitarismo. Se coló también una visión humanista del marxismo, que en Argentina cultivaron Rodolfo Mondolfo y Silvio Frondizi y en Italia Norberto Bobbio. Para Gramsci, la misión del Estado es la de “crear nuevos y más elevados tipos de civilización, de adecuar la civilización y la moralidad de las masas populares a las necesidades del continuo desarrollo del aparato económico de producción, y por ende, de elaborar también físicamente los nuevos tipos de humanidad”.
El mesianismo de Milei
El mesianismo de Milei y su pretensión de refundar el capitalismo para asentar un nuevo fundamentalismo de mercado, contando para ello con una exigua fuerza política, provocaría la sonrisa irónica de Gramsci. Para el pensador italiano, el mesianismo florece especialmente en contextos sociales caracterizados por la ausencia o debilidad de los partidos políticos, lo que lleva a las masas a confiar en líderes improvisados que actúan “mezclando la religión y el fanatismo”. Añade que “el error en que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político consiste en no saber encontrar la relación justa entre lo orgánico y lo ocasional. Se llega así a exponer como inmediatamente activas causas que operan en cambio de una manera mediata o, por el contrario, a afirmar que las causas inmediatas son las únicas eficientes. En un caso se tiene un exceso de ‘economicismo’ o de doctrinarismo pedante; en el otro un exceso de ‘ideologismo’; en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual”. Consideraba que en el plano político el ‘economicismo’ desemboca en puro aventurerismo, algo que Milei pudo comprobar al verse obligado a arrojar a la papelera las 351 páginas de su “ley ómnibus”.
La concepción de la hegemonía en Gramsci es completamente opuesta al liderazgo mesiánico. Se contrapone a la idea de dominio, para indicar la capacidad de una clase o sector social de obtener la dirección política, intelectual y moral de una sociedad a partir de ganar adhesiones mediante el consenso y la persuasión. La dirección hegemónica implica la capacidad de saber articular diversos intereses y perspectivas en torno a un fin común. Para Gramsci la mera posesión del poder o el dominio del Estado no son suficientes para conseguir la dirección de la sociedad y pueden acabar en una dictadura sin hegemonía. La principal innovación de Gramsci sobre la teoría marxista del Estado reside justamente en considerar que se debe obtener la hegemonía antes de alcanzar el poder, lo que de alguna manera alienta la idea de una conquista pacífica del poder.
La crisis orgánica
Otro concepto de Gramsci que conserva actualidad es la idea de ‘crisis orgánica’. Es el resultado de las contradicciones sociales que se han agravado provocando una ruptura entre estructura y superestructura. “La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo”. Si bien la idea de crisis orgánica en Gramsci todavía está teñida por la creencia jacobina de que era factible una salida revolucionaria, puede ser útil para entender fenómenos rupturistas como el que se vive en Argentina, donde los partidos políticos afrontan una situación de crisis y “quedan como en las nubes”. Esa pérdida de representatividad de los partidos políticos tradicionales es la que permite la irrupción de líderes mesiánicos que ofrecen soluciones simples para problemas complejos. Afirma Gramsci que en situaciones de inestabilidad la clase dominante recurre a la “actividad de potencias oscuras, representadas por hombres providenciales o carismáticos”. Esta situación entraña un cierto riesgo de que la pérdida de representación de los partidos tradicionales pueda derivar en la tentación de búsqueda de una salida antidemocrática. Si bien esa opción no aparece visible en el horizonte actual de la política argentina, no habría que descartarla en situaciones muy fluidas donde los acontecimientos se desenvuelven en velocidades inusuales. El lenguaje agresivo y difamatorio de Milei para descalificar al Congreso y el maltrato de palabra a los dirigentes políticos que no se pliegan a sus exigencias, constituye una grave anomalía democrática que no puede ser ignorada ni relativizada. Theodor Adorno en Escritos sociológicos (Ed. Akal), publicados apenas acabada la Segunda Guerra Mundial, se propuso identificar los patrones comunes en las personalidades de aquellos dirigentes que mostraban actitudes y comportamientos autoritarios. Postulaba que la personalidad autoritaria se origina en la infancia y se forma a través de una combinación de factores sociales, culturales y psicológicos. Adorno sostenía que las personalidades autoritarias tienden a tener una mentalidad rígida, una adhesión dogmática a la autoridad y una tendencia a la intolerancia hacia aquellos que ofrecen otras alternativas a las normas establecidas. La persona autoritaria tiende al totalitarismo psicológico, que es la imagen microscópica del Estado totalitario que esta persona inconscientemente aspira.
Un consenso defensivo
La situación de crisis orgánica que registran los partidos políticos junto con la presencia de un partido de ultraderecha que proclama la salida de la crisis a través de un asalto al Estado del bienestar, demandan un consenso defensivo entre todas las fuerzas democráticas progresistas. Esto obliga a trascender a los programas partidarios para establecer una serie de objetivos razonables, sustentados colectivamente, que permitan modernizar la estructura económica, social e institucional del país ofreciendo una alternativa racional al programa ultra. En el marco de una economía transnacional, se deben conformar coaliciones domésticas robustas que permitan afrontar los desafíos de un mundo globalizado. El rol del Estado resulta indispensable para regular el correcto funcionamiento del mercado y en la provisión de ciertos bienes públicos, como la salud y la educación, que son los instrumentos fundamentales para la erradicación de las desigualdades de origen. Frente al mesianismo de ultraderecha y su corrosiva agresividad verbal se debe reivindicar la racionalidad, el sentido común y la búsqueda de acuerdos basados en el diálogo respetuoso, consciente de la necesidad de encontrar un mínimo común denominador alrededor de la defensa del Estado de bienestar y el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas. Hay que evitar que la irrupción del mesianismo ultraliberal autoritario cause daños irreparables en el tejido económico y social de nuestra sociedad en su extravagante pretensión de instaurar un ilusorio e inalzanzable fundamentalismo de mercado.
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