Opinión Publicada
Por Joaquín Estefanía
El presente del capitalismo está en discusión. Hasta tal punto que, en su último libro, el premio Nobel de Economía Jospeh Stiglitz, dice que en esta coyuntura el gradualismo es inadecuado y se precisan cambios drásticos, y que ninguna de las innovaciones económicas será posible sin una democracia sólida que refrene el poder político de la riqueza concentrada en pocas manos: antes que una reforma económica habrá que hacer una reforma política (Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar, Taurus).
En la cantidad de estudios que están apareciendo sobre este asunto hay algunos, muchos más que hace una década o dos, que entienden que el capitalismo realmente existente es incompatible con la democracia. Stiglitz también dice que el sistema económico hacia el que nos hemos desviado está modelando de manera poco afortunada un conflicto con los valores más elevados; la codicia, el egoísmo, la abyección moral, la disposición a explotar a otros y la deshonestidad que la Gran Recesión puso de manifiesto se evidencian hoy en todos los lados. Nunca hasta ahora había ocurrido que todo el planeta opere con los mismos principios económicos generales, sino que el capitalismo coexistía con otras formas de organización de la producción.
Esta reflexión se ha extendido al Foro Económico Mundial que acaba de celebrarse, donde ha circulado el denominado Manifiesto de Davos 2020 en el que se mencionan tres tipos de capitalismo: el de accionistas, en el que el principal objetivo de las empresas es la obtención de beneficios; el de Estado, que confía en el sector público para que maneje la dirección de la economía; y el stakeholder capitalism o capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son administradoras de la sociedad. Según este manifiesto, el capitalismo de accionistas ha desconectado de la sociedad real. En el último capitalismo, las empresas deben cumplir condiciones como pagar un porcentaje justo de impuestos, tolerancia cero frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de suministros globales y respeto a la competencia en igualdad de condiciones también cuando operan en la economía de plataformas.
Entre las amenazas contra la democracia figuran dos antitéticas: la de quienes la ven desafiada por el hecho de que la gente no tiene el poder que debería tener (sustituida por los poderes económicos) y la de quienes piensan que los ciudadanos tienen demasiado poder por exceso o por defecto, por la incompetencia de las élites o por la irracionalidad de los electores. Estas amenazas son analizadas por Daniel Innerarity (Una teoría de la democracia completa. Gobernar en el siglo XXI, Galaxia ), así como sus dos enemigos: la predominancia de los mercados globales y la ambivalencia de una sociedad a la que la política debe obedecer, por supuesto, pero cuyas exigencias, por estar poco articuladas políticamente, son con frecuencia contradictorias, incoherentes y disfuncionales.
La democracia no está generando las políticas pragmáticas que pongan al capitalismo en buen camino. Para los ciudadanos adinerados, el capitalismo es una fuente de riqueza interminable mientras que para muchos otros ciudadanos es un sistema del todo inefectivo en el que se multiplican las brechas que escinden y que cada vez son más profundas. En su último libro, Capitalismo, nada más (Taurus), que aparecerá en España dentro de unos meses, el economista serbio-estadounidense Branko Milanovic recuerda que el capitalismo actual tiene un lado luminoso y otro tenebroso: el primero es la suavización de las costumbres; todos somos interdependientes y no podemos satisfacer nuestros intereses sin satisfacer también los de otras personas. El panadero de Adam Smith no puede vender su hogaza de pan si no convence a su cliente de que el suyo es mejor que los otros panes. El envés tenebroso del capitalismo es que su éxito depende de fomentar en los individuos el comportamiento más egoísta y codicioso.
Publicado en el diario «El País».