LA DEMOCRACIA EN PELIGRO

Aleardo Laría.

Los resultados de las recientes PASO pueden analizarse desde distintos ángulos, en especial el de las coaliciones que han salido favorecidas o perjudicadas. Pero también se puede elevar el punto de mira eligiendo una perspectiva suprapartidista, es decir evaluando los resultados desde una mirada institucional, pensando si contribuyen a salir del laberinto en el que se encuentra la política argentina o la han dejado aún más enredada. Intuitivamente, parece evidente que de Guatemala hemos pasado a Guatepeor, pero debemos profundizar el análisis para establecer cuales son las causas que llevan a esta conclusión.

Naturalmente, el análisis variará sustancialmente según el diagnóstico que se tenga sobre la actual situación institucional. Quienes, como el autor de esta nota, participan de la opinión de Daron Acemoglu y James Robinson en “Porqué fracasan los países”, piensan que las instituciones económicas inclusivas son el resultado de las instituciones políticas inclusivas que son aquellas que redistribuyen el poder en la sociedad y limitan su ejercicio arbitrario. En nuestra opinión, Argentina debería encarar profundas reformas político-institucionales para conseguir colocar el tren en las vías del progreso, conscientes de que son tareas que demandarán décadas de esfuerzos continuados. La renovación de la estructura institucional y productiva, para estar a la altura de tantos  países que han alcanzado la modernidad, demanda unos consensos básicos que permitan alcanzar una mayoría social que respalde un proyecto innovador. Por lo tanto, desde esta perspectiva, no existe posibilidad de implantar un modelo de desarrollo por simple imposición, basada en una diferencia de votos, sino que habrá que hacer un enorme esfuerzo de concesiones recíprocas, hasta que los protagonistas principales puedan establecer la línea de puntos que señale el camino a recorrer.

Desde esa perspectiva institucionalista, la peor noticia que han traído las PASO no ha sido el desempeño de Javier Milei, sino la derrota de Horacio Rodríguez Larreta a manos de Patricia Bullrich. El actual alcalde de Buenos Aires es el político que con mayor claridad ha expuesto la necesidad de alcanzar una mayoría de consenso que permita brindar respaldo político a un proyecto de renovación. Al desaparecer del escenario político por obra de unas elecciones primarias que han premiado al sector más recalcitrante de su coalición se ha producido una notable anomalía política consistente en la sobrerrepresentación de la derecha extrema que tiene ahora dos candidatos con posibilidades ciertas de llegar al ballotage. De modo que podría producirse la extraña paradoja que en un país donde el centro izquierda han sido tradicionalmente representativos de la mayoría social, esa mayoría no estaría presente en la elección presidencial.

No se escapará a nadie que en esas circunstancias el gobernante que resulte electo tendría enfrente una mayoría social poco dispuesta a aceptar imposiciones que recortaran sus derechos, con resultados turbulentos para la estabilidad institucional. Imaginemos que en un ballotage entre Javier Milei y Patricia Bullrich  se impusiera Milei. Accedería al poder un político que carece de equipo de gobierno, que reivindica un programa inaplicable y carece del respaldo de un partido político, dado que es un fenómeno puramente mediático. Si quisiera llevar a cabo su programa ultraliberal de gobierno, se produciría una situación similar a la que vivió Pedro Castillo en Perú, con un Congreso dividido en tres tercios y la espada de Damocles del juicio político sobre su cabeza. La alternativa sería que ante su debilidad organizativa Milei se entregara a los brazos de los equipos más armados de Mauricio Macri. Pero sería también una situación de escasa legitimidad democrática que llevaría a una mayor oposición social.

Imaginemos ahora que en el ballotage se impone Patricia Bullrich, en nuestra opinión la situación menos probable. También llegaría en una situación de debilidad con el propósito de imponer el programa siempre anhelado por Mauricio Macri. El problema es que para Milei la Bullrich es también una notoria representante de la “casta” a la que no podría brindar apoyo so pena de perder toda opción futura. De modo que tendríamos también un gobierno débil, condicionada por la misma espada de Damocles de los dos tercios.

Cabe analizar también la hipótesis aún menos probable pero no imposible y que fuera Sergio Massa el competidor en un ballotage frente a Milei o Bullrich.  En este caso se produciría un enfrentamiento más acorde con la tradicional división entre centro izquierda y centro derecha, pero cualquiera que fuera el resultado, sería impensable una política de consenso entre un espacio de centro izquierda con un representante de las derechas extremas. De modo que de todas las alternativas que nos depare el destino, la más probable es la continuidad o el incremento de la inestabilidad institucional. Por más esfuerzo que hagamos por imaginar un hipotético escenario más amigable, si nadie mueve ficha, solo se percibe en el futuro una atmósfera plagada de turbulencias, todo lo contrario a lo que requiere un programa renovador basado en el consenso.

¿Existe alguna posibilidad de torcer este rumbo inequívoco al precipicio? Sí, pero demandaría audacia y generosidad por parte de algunos actores protagónicos. Según lo acaba de reconocer Milei, “el votante de Larreta está más cercano a irse con Massa que a quedarse con Bullrich” lo cual es cierto porque las diferencias ideológicas dentro de Juntos por el Cambio son tan abismales como las que existen entre una formación socialdemócrata y un partido de extrema derecha. No estamos exagerando. Mauricio Macri ha demostrado durante su gobierno que su republicanismo era meramente retórico, y no ha trepidado en usar las cloacas del Estado para aumentar su poder no solo frente a sus adversarios sino también frente a sus amigos. Por otra parte, al llamar por teléfono a Milei para felicitarlo, revela que su aversión al populismo es muy versátil: Odia al populismo de izquierda pero se siente cómodo confraternizando con el populismo de ultra derecha.

Ni Horacio Rodríguez Larreta ni Martín Loustau tienen ningún futuro en Juntos por el Cambio que ha quedado en manos de Mauricio Macri que los odia con el espíritu vengativo característico de la profunda cultura calabresa. De modo que deberían ir pensando en construir un nuevo espacio de centro o de centro-izquierda más afín con sus posiciones ideológicas. Por lo tanto están dadas todas las condiciones para que se produzca un acercamiento entre Rodríguez Larreta y su viejo amigo Sergio Massa. Una confluencia que podría dar lugar a un urgente acuerdo democrático de unidad nacional que en lo inmediato permitiera salvar a la República del riesgo de caer en manos del mesianismo de extrema derecha que tiene claras reminiscencias del nefasto mesianismo de la dictadura militar genocida. Como señalaba un editorial del diario español “El País”, Argentina cumple en diciembre 40 años de democracia, resultado de una larga lucha contra la dictadura más sangrienta de la región. “No puede darse el lujo de tirar todo por la borda. Su clase política, al menos la que está alejada de los extremos, debe volver a persuadir con un proyecto de largo plazo, creíble y sostenible. Solo así podrá recuperar al electorado, hoy huérfano de opciones y tentado por aventuras políticas de final incierto”.