Aleardo Laría.
El estallido social que tuvo lugar en diciembre de 2001 fue una revuelta popular contra la clase política bajo el lema “¡Que se vayan todos!” consecuencia de una crisis política, económica y social que se fue gestando tras una larga recesión que se extendió entre 1998 y 2002. En ese contexto, cuando todos los partidos vieron las orejas del lobo, se produjo el llamado a conformar una Mesa del Diálogo en la que jugó un papel importante como coordinador, junto con la Iglesia Católica, el diplomático español Carmelo Angulo que llegó a nuestro país como representante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Se conformaron cinco comisiones –reforma política, reforma de la justicia, socio laboral-productiva, salud y educación- que tras meses de deliberaciones acordaron un documento final titulado “Bases para las reformas: principales consensos”. La idea consistía en convertir esas iniciativas en proyectos legislativos, pero como luego se abrió una época de recuperación económica y de cierta tranquilidad social, habiendo perdido de vista al lobo, ninguna de esas iniciativas alcanzó a concretarse en leyes, salvo el Plan Jefes y Jefas de Hogar.
La enseñanza que puede extraerse de esa experiencia, en momentos en que surgen voces llamando a un diálogo político, es que en circunstancias de profundas desconfianzas y enfrentamientos entre los partidos políticos, el gobierno no siempre consigue el reconocimiento suficiente para llevar a cabo esa convocatoria y hacen falta terceros imparciales que puedan cumplir con la labor de árbitros. La vicepresidenta Cristina Fernández, al referirse a la economía bimonetaria, expresó que es el problema más grave que tiene nuestro país y que “es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”. Sin embargo, por el momento, no se vislumbra en Argentina algún actor con peso suficiente para que pueda cumplir con el rol de árbitro y convocar al diálogo. Es uno de los problemas, pero no el único.
Otros impedimentos
Siguiendo la opinión de Pierre Rosanvallon, el contexto en el que se mueven las democracias modernas ha sufrido una importante transformación. En el sistema tradicional, la opinión pública era moderada a través de la labor que realizaban los intelectuales, los medios de comunicación, los partidos políticos, las universidades, las iglesias y los sindicatos. Existían, por lo tanto, unas instituciones que realizaban una labor invisible de filtrado y jerarquización de la información que se ha ido perdiendo. Las redes sociales han sido potentes para destruir esas instituciones invisibles y la consecuencia es el clima de polarización y crispación que caracteriza la forma actual de afrontar el debate político.
Propiciar ese clima de polarización afectiva es una acusación que tradicionalmente se ha lanzado sobre el populismo y es cierto que Ernesto Laclau reivindicó la lógica amigo/enemigo de Carl Shmitt como constitutiva de lo político. Definió al populismo “…como una forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo frente a los de arriba”. También defendió un concepto de populismo estrictamente formal, en donde caben todos los populismos, dado que sus rasgos definitorios están relacionados exclusivamente con un modo de articulación específico, independientemente de los contenidos que se articulan. Por consiguiente, para Laclau, la producción de significantes vacíos y la construcción de fronteras políticas convocando “a los de abajo” puede darse en cualquier lugar de la estructura socio institucional y esa convocatoria puede ser encabezada tanto por formaciones políticas de derecha, como por movimientos de izquierda. Cuando Laclau escribió La razón populista en el año 2005, en América Latina predominaba el populismo de izquierda y probablemente no contempló que en esta geografía surgirían también los populismos de derecha, dispuestos a usar los mismos recursos retóricos.
La reciente expansión de los populismos de derecha en América Latina también ha ejercido enorme influencia en el pensamiento liberal conservador, que ha terminado plegándose, sin advertirlo, a la misma lógica del populismo, pero bajo la forma de esencialismo. Se incurre en este error cognitivo cuando se percibe, detrás de acontecimientos cambiantes, una suerte de fantasma o esencia permanente. Sabemos que en el terreno de la realidad todos los partidos políticos cometen errores y están en constante transformación dado el carácter contingente de los acontecimientos políticos. Pero esta creencia en una esencia invariable explica la obsesión que tiene el pensamiento conservador de la derecha argentina por deslegitimizar al peronismo y negarle la condición de interlocutor válido. Esto lo expresa con meridiana claridad Héctor Guyot en La Nación, cuando expresa que “hoy no hay posibilidad de diálogo político en el país porque el objetivo último de una de las partes es, ni más ni menos, violar el sistema que garantiza la posibilidad de diálogo. Es decir, quebrar los principios republicanos que habilitan la convivencia democrática y el reconocimiento del otro. En consecuencia, el diálogo no depende de una decisión de la oposición. Tampoco de una invitación del oficialismo. Su inviabilidad, al menos en las circunstancias actuales, obedece una lógica elemental: aunque haya intercambio de palabras, no es posible mantener un diálogo con quien no cree en él y busca destruir los principios que le dan sustento”.
https://www.lanacion.com.ar/opinion/por-que-el-dialogo-no-es-hoy-una-posibilidad-nid10092022/
Los temas transversales
A pesar de las dificultades señaladas, el Gobierno no puede quedar de brazos cruzados y debería intentar acompañar con alguna iniciativa política los esfuerzos que se llevan a cabo desde el Ministerio de Economía para alcanzar ciertos equilibrios macroeconómicos. Aquí cabe introducir una breve glosa. Muchas de las decisiones que toma Sergio Massa no se compadecen con los programas tradicionales que defendió el peronismo, pero hay que entender que en una transacción política con las fuerzas representativas del poder económico, son inevitables las renuncias recíprocas. El objetivo de ir reduciendo paulatinamente la tasa de inflación exige esfuerzos compartidos y no existen las soluciones mágicas. No debe perderse de vista que la inflación es actualmente el problema número uno que exaspera a toda la sociedad. De modo que si se consiguen algunos resultados en ese terreno, la sociedad puede ser más indulgente si percibe que existe un esfuerzo sincero por atajar la inflación sin provocar dolor en los más débiles como algunos autores consideran posible.
Ahora bien, si como hemos señalado, el Gobierno no puede esperar de la oposición una respuesta positiva a la oferta de diálogo, sí puede alentar la constitución de una plataforma no partidista, integrada por personas independientes, que promuevan un diálogo sobre temas transversales como aconteció en el año 2001. La utilización estratégica de temas transversales es un recurso que se ha utilizado en otras ocasiones, como aconteció en España con el Pacto de la Moncloa. Como explica José María Maravall en La confrontación política (Ed. Taurus, 2008) “los temas transversales (valence issues) son aquellos que generan consenso en el electorado. Los votantes comparten las mismas preferencias respecto de ellos, a diferencia de los temas posicionales (position issues) donde las preferencias varían”. Un ejemplo típico lo constituye el tema de la inflación o, lo que es lo mismo, de la “economía bimonetaria”, puesto que es la inflación la que impulsa a utilizar al dólar como moneda refugio. Como señala Jorge Colina en el ensayo Una vacuna contra la decadencia (Ed. Babel) “el nexo causal entre inversión y justicia social es ampliamente aceptado. Por eso, no es arriesgado afirmar que no hay grieta en torno a la idea de que la inversión productiva es la base del desarrollo. Extremando la simplificación, el desafío queda planteado en cómo generar las condiciones para movilizar la enorme masa de ahorros que tienen acumulados los argentinos — “bajo el colchón” y en el exterior — hacia proyectos de inversión de carácter productivo dentro del país. Para acelerar la inversión productiva, un punto básico y central es la estabilidad macroeconómica: particularmente, una tasa de inflación baja y sin grandes oscilaciones. Esto es clave para generar un entorno de previsibilidad, condición primera para ejecutar proyectos de inversión”.
Rol del Estado
Otro tema transversal, de enorme importancia estratégica, es la modernización y profesionalización del Estado. El ensayo de Mariana Mazzucato El Estado emprendedor (Ed. RBA) es un alegato impecable que ilustra sobre el potencial innovador y el carácter dinámico que puede alcanzar un Estado bien gestionado. Las polémicas tradicionales acerca de más o menos Estado, que actualmente han sido retomadas agresivamente por la derecha populista de Javier Milei, están desfasadas. Un autor que se inscriben en la tradición liberal conservadora como Francis Fukuyama, sostiene en su último ensayo El liberalismo y sus desencantados (Ed. Deusto) que “los liberales clásicos tienen que admitir la necesidad de gobierno y superar la época neoliberal en la que el Estado era demonizado como un enemigo inevitable del crecimiento económico y la libertad individual. Por el contrario, para que una sociedad liberal moderna funcione adecuadamente, tiene que haber un alto nivel de confianza en el gobierno; no una confianza ciega, sino una confianza fruto del reconocimiento de que el gobierno trabaja en pos de objetivos públicos esenciales”. https://elpais.com/ideas/2022-08-28/fukuyama-liberalismo-si-pero-sin-demonizar-al-estado.html. En otra reciente nota, el profesor Luis Alberto Romero, adscripto también a la tradición liberal, considera, a diferencia del anarquismo libertario, que “tenemos poco Estado y que debemos recuperarlo. Sin un Estado en forma no hay manera de encarar los múltiples problemas argentinos, que de un modo u otro remiten a él y a su viciosa relación con los grupos de interés que lo rodean”. El análisis de la degradación paulatina del Estado argentino que hace Romero es implacable y no deja títere con cabeza, pero al final de la nota hace un llamamiento a “reconstruir un Estado potente, eficiente y pensante” una labor que requiere un pulso político muy fino y, sobre todo, decisión y coraje. https://www.lanacion.com.ar/ideas/condicion-necesaria-recuperar-el-estado-madre-de-las-batallas-nid11092022/
El tema de mejorar la calidad de la gestión pública debería ser bandera irrenunciable de un frente de centro-izquierda que reivindica la justicia social. Mejorar la calidad de la gestión pública supone mejorar las prestaciones en materia de educación y salud, que son los bienes públicos más apreciados por los sectores más humildes de la sociedad. De allí que tengan razón los autores de Una vacuna contra la decadencia, cuando explican que “el problema central que sufrimos en la Argentina no es de un desfasaje cuantitativo en cuanto al tamaño del sector público, sino un desfasaje cualitativo en cuanto a la calidad de la gestión pública. La experiencia internacional está llena de testimonios que demuestran que el éxito de un país no lo definen las dimensiones del sector público. Por el contrario, son abrumadoras las evidencias que tienden a asociar el progreso con la calidad del gerenciamiento público”.
El spoil system
Abordar la modernización del Estado exige básicamente terminar con el spoil system, una labor que los Estados Unidos hicieron ya en el año 1883 cuando el Congreso aprobó la Ley Pendleton. Supone, al mismo tiempo, afrontar el tema transversal de la corrupción política, dado que tanto los votantes de izquierda como los de derecha preferirán funcionarios honrados, no corruptos. En nuestra tradición el acceso al empleo público está guiado por el favoritismo. Como dice Jorge Colina, “la idea de que un funcionario político tiene derecho a hacer ingresar personal discrecionalmente está profundamente naturalizada y aceptada en nuestra sociedad”. Pero esa práctica ha sido totalmente erradicada en las democracias más avanzadas, en donde el ingreso al sector público se hace a través de rigurosos procesos de selección lo que favorece el comportamiento imparcial del funcionario que no tiene que agradecer a ningún partido su designación. Por otra parte, para terminar con otra anomalía crónica, como acontece con la cartelización de la obra pública, bastaría con aprovechar las herramientas informáticas que ofrece actualmente la inteligencia artificial para erradicarla.
En un país que no ha encarado procesos de renovación institucional desde 1994 y parece ensimismado en repetir viejos errores, son muchos los temas transversales que se podrían añadir a una agenda de modernización, como por ejemplo desenmarañar el sistema tributario, buscar una solución al sistema de coparticipación federal, terminar con los privilegios del sistema previsional, o generar empleo genuino. Pero es evidente que no están dadas las condiciones políticas para encarar una agenda demasiado ambiciosa, por lo que sería más prudente elegir un par de temas e intentar romper con la estrategia de la derecha que solo espera sentada obtener rédito de una eventual condena ofrecida en bandeja por los jugadores del Liverpool para ganar las próximas elecciones. Si el gobierno evita caer en la trampa de la derecha conservadora, levantando una agenda propositiva, y obtiene algún éxito en la lucha contra la inflación, puede recomponer su imagen y favorecer la construcción de una alternativa de centro-izquierda que permita intentar recuperar a los desencantados que votaron al Frente de Todos en 2019. Como decía un insigne político conservador británico, “el éxito es la capacidad de ir de un fracaso al otro sin perder el entusiasmo”.
(Esta nota salió publicada en el portal digital «El cohete a la luna»)